CUANDO EL OTRO NO LEE.
Por Anabella Rodríguez.
Una pequeña
historia de-muestra que
si el Otro no lee, el niño tampoco leerá, y que lo que se juega en la lectura es antes que nada,la lectura del deseo (como)inconsciente.
Hace tiempo
que Patricia se venía quejando a su mamá de dolor de estómago. La mayoría de
las veces ese dolor hacía acto de presencia en las mañanas cuando la
niña debía acudir a la escuela, pero también cuando debía asistir a otras
actividades, por lo cual su madre, la lleva en varias oportunidades al médico. Finalmente sin que este pueda encontrar en el cuerpo de
la niña-luego de haberle realizado los exámenes apropiados para diagnosticar las posibles enfermedades a
que dicho síntoma pudiera responder-, ninguna manifestación que diera cuenta de
una enfermedad orgánica, opta con atribuir la causa de ese dolor a la excesiva
nerviosidad o ansiedad de la niña, “normalizando” dicha ansiedad como un rasgo
de carácter de la pequeña: es que se pone muy nerviosa, es que es una niña
ansiosa. Otras veces, ante una situación así, se descarta el problema diciendo
que se trata de que “simplemente la niña quiere llamar la atención” (!!! ) lo
cual dicen mucho las maestras, dicho sea de paso.
Hasta aquí
podemos decir que la madre de Patricia va haciendo algunas lecturas acerca del
malestar de su hija, unas lecturas muy básicas, o habría quizás que decir del orden del signo y no del significante: un dolor es signo de una enfermedad
orgánica, (un signo es lo que representa
algo para alguien, y un significante es
lo que representa a un sujeto para otro significante): un dolor es signo de una
enfermedad orgánica. Lecturas obviamente acordes sin lugar a dudas con el sentido común, y además habilitadas y reforzadas diría yo, por la
cultura actual. En ese sentido, un dolor físico responde a una enfermedad
orgánica y por eso se ha de acudir al médico, teniendo presente algo que todos
sabemos y hacemos: ante un malestar físico, antes que nada se ha de acudir al
médico. Si éste no encuentra en la niña una enfermedad como sucede muchas veces, la gente
habitualmente repite su visita suponiendo que el facultativo se ha podido
equivocar con la falta de diagnóstico de una enfermedad, y/o que quizás ello pudo deberse a que el
mismo no ha realizado alguna prueba o
examen que hubiera sido necesaria para
arribar al diagnóstico correspondiente a la misma. Algunas veces hay quienes en
esa búsqueda de una marca que inscriba el malestar del sujeto en el cuerpo, recurren a otros médicos,
suponiendo que el primero se ha equivocado.
Ante lo
infructuoso del diagnóstico de enfermedad orgánica, la madre en cuestión en
este caso, realiza una segunda lectura
también del orden del signo: se trata de la nerviosidad o ansiedad de la niña,
lo cual implica ¿que ella se imagina que hay un dolor donde no lo hay o donde
no hay una marca en el cuerpo que responda objetivamente al mismo? como en “El
enfermo imaginario” de Moliere o como se hacía –y sigue haciendo- con las
histéricas a quien se acusaba de mitomanía. (¿No será más bien que las personas
de estructura histérica han tenido que devenir fibromiálgicas ante un Otro
actual que sistemáticamente no las escucha ni las lee, solamente las signa.)
¿Por qué aún
en algunas cuestiones seguimos sin poder creer en la existencia de aquello que
no es aprehensible a nuestros sentidos, y por qué será que justamente ello
parece acentuarse en todo aquello que se trata de nosotros mismos,
y en cambio sí somos capaces de aceptar
la existencia de electrones, átomos y
moléculas o del bing bang sin necesidad de poderlos ver, tocar o corroborar
científica, o sea experimentalmente, su
existencia?
¿Por qué no
pensar que el dolor del alma puede
sentirse en el cuerpo? O que el dolor simplemente es dolor y que a veces deja
huella o marca en el cuerpo, que se lo
siente en el cuerpo y otras no, y que
especialmente lo hace cuando no se lo
escucha, cuando no se lo lee y por tanto no se le ponen palabras, o cuando aún poniéndolas son
insuficientes para nombrar lo real del goce corporal.
En esta
lectura, la madre adjudica el dolor a un fenómeno que ella ha podido deducir
del comportamiento de la niña, ya que la ansiedad es visible a través de
diversas conductas donde el movimiento agitado está muy presente a nivel físico y mental: el niño o niña se
mueven sin parar, corren, saltan, hablan mucho y con voz alta, les cuesta
concentrarse porque pasan fácilmente de una actividad o pensamiento a otro,
puede que en algunos casos también coman mucho y velozmente, por ejemplo.
Ahora bien,
la madre con su lectura, adjudica a su hija la ansiedad con carácter de rasgo
de personalidad de orden constitucional hereditario
y/o congénito, ya que no se pregunta a qué puede deberse esa ansiedad, ni
porqué la niña no se había quejado de ese dolor antes del momento en que sí
comienza a hacerlo, no se pregunta por una causa exterior a la propio
carácter o naturaleza de la niña que
pueda estar incidiendo en dicha ansiedad y dolor. En ese no preguntarse y fijar
la causa a un solo aspecto y además
inmodificable, hay una ausencia de lectura con valor significante ,
una imposibilidad de instaurar la falta, lo simbólico ( la metonimia y la
metáfora) en la materialidad bruta del signo. También ello sucede obviamente,
cuando se dice que se trata de una manera que tiene la niña de llamar la
atención, y en este decir sucede algo aún peor de cara a la subjetividad de la
niña , se la sanciona con una violencia extrema al desconocerla justamente como
sujeto, pues se establece que llamar la atención es algo sin importancia, no se
puede escuchar precisamente el mensaje fundamental (la enunciación)que hay en
ello: que hay un llamado al Otro, un pedido de ayuda que no puede ser dicho
o formulado en ese momento por el niño o
la niña de otra manera.
Si ese Otro social (madre, maestro, médico) no puede escuchar que ese
llamado de atención no es una simple actuación mitómana, un simple querer
molestar, y se le desconoce sistemáticamente (minimiza, desautoriza, responde
con indiferencia e incluso aún peor se
le castiga por su comportamiento), se estará desconociendo al niño en su subjetividad,
matándole en parte, al matar en sí mismo
el germen mismo de su vida, que es el
deseo, donde habita auténticamente el sujeto.
¿Qué de
alguna manera siempre hay una parte en uno mismo que ha sido objeto y por tanto
muerta, negada, desconocida da cuenta el yo, formación defensiva, fortaleza,
concha enquistada que aún y necesariamente así,
posibilita al sujeto la perla que
es su subjetividad y la conservación de un resquicio para su deseo? ¿Qué era,
si no eso, aquel falso self del que nos
hablaba el psicoanalista Donald Winnicott? Pero aún así, ello no justifica ni implica dejar de lado el
intento de minimizar los efectos que el
desconocimiento o la negación subjetiva en diversidad de formas y con diferente
intensidad pueden llegar a tener sobre
el sujeto, así como a disponibilidad para minimizarla o trabajarla en la medida
en que cada cual pueda ir siendo consciente de ello.
Obviamente
no todo puede leerse pero cuanto más pueda leerse mejor, por eso los
psicoanálisis son tan largos, cuanto más del goce pueda tramitarse vía la
palabra, vía lo simbólico menor repetición y ¿menor monto de pulsión de muerte
en el cuerpo?
QUÉ PREGUNTAS DEBERÍA PODER HACERSE
LA MADRE PARA INSTAURAR LA LECTURA O LO SIMBÓLICO EN LA ESTRUCTURA SUBJETIVA DE
SU HIJA.
Este
planteamiento implica antes que nada que
estoy haciendo una propuesta ética que
apuesta y valida el pensar las situaciones, ya que preguntarse diferentes
causas o motivos ante una conducta o un hecho implica poder pensarse y pensar
implica la presencia de lo simbólico que mata la cosa. Habría que considerar si
hay acuerdo con la misma, o con la otra
que parece dominar la actualidad, ya que de pronto hay quienes apuestan y
consideran igualmente ético una apuesta por el no pensar ni pensarse más .Habría
que pensar, si es que se opta por hacerlo, qué consecuencias puede tener sobre
los sujetos y la sociedad este tipo de apuesta por el no pensar más las
cuestiones inherentes al sujeto y su deseo.
Si optamos
por leer y pensar (suponer, cuestionar) el deseo inconsciente, cabría que la
madre se pregunte por ejemplo, por qué estará ansiosa mi hija, desde cuándo
está ansiosa, existe algún motivo (cambio, suceso) que haya acaecido para que
ella empezara a quejarse de dolor en el estómago, hay algo en la manera de funcionar mía, de la
familia, de la casa, que pueda estar determinando en alguna medida ese dolor.
Y si ese
dolor se presenta siempre cuando la niña tiene que salir de la casa y
relacionarse con otros, puede que pueda pensar si el mismo tiene alguna
relación con alguna dificultad en lo social, en su disponibilidad para
vincularse con los demás. ¿Qué de su vínculo o en el vínculo con los demás le
puede estar produciendo ansiedad y dolor? Observar, pesquisar, preguntar,
interesarse.
Y entonces
quizás se pueda proponer a la niña una lectura posible, una hipótesis: será que
cuando sales te sientes…. Será porque tus compañeras, será porque la otra
vez….etc. Si alguna de esas palabras tocan el punto donde el goce hace marca en
el cuerpo, esa manifestación podrá empezar a devenir síntoma en el sentido
analítico (encierra un saber y sentido simbólico), el sufrimiento podrá
apalabrarse y haciendo eso simplemente
ya se estará favoreciendo la simbolización del dolor, el desplazamiento (metonimia)-metáfora
mediante- sobre la representación ,
sobre uno o varios nombres, escribiéndolo, inscribiéndolo en el psiquismo, en una trama de historicidad subjetiva, y ya no marcándolo sobre
la realidad material bruta del propio cuerpo. Y para esto, no se requiere
de manera imprescindible un analista, es tarea que siempre han cumplido en
generaciones anteriores los propios padres. Ahora cada vez lo hacen menos,
debido al desprestigio de la palabra (del valor simbólico de la misma) y
desidia, ¿o será falta del placer e interés? en hablar, contar, preguntar y
saber acerca de la subjetividad, de los sentimientos, de los malestares (cada cual prefiere escribir a los otros desde
su ordenador o móvil) y para mostrar más que contar, solamente sus éxitos, sus
experiencias gratificantes y felices,
pues está mal visto sentirse mal o no
ser exitoso. Por ello cada vez son más frecuentes las inscripciones del dolor en lo real del cuerpo (enfermedades psicosomáticas, autoinmunes,
etc.) y patologías donde la acción como respuesta al malestar está en el primer
plano.
Leer, querer
leer , querer aprender a leer libros, implica necesariamente primero ,
inauguralmente digamos, haberse interesado por leerse como sujeto de deseo y
leer el deseo de los otros hacía sí mismo (¿qué me quiere el Otro?, ¿qué desea
de mí, por qué me quiere, por qué me tuvo, por qué me dice lo que me dice, por
qué no me dice lo que no me dice),haber sentido curiosidad y deseo por poder
leerse a sí mismo como sujeto de deseo, para lo cual el otro que socializa y
humaniza debe haber trasmitido la ley del deseo que es la palabra( lo
simbólico), que es la que separa a la vez que une y da consistencia imaginaria
a lo real de la carne de nuestro cuerpo y evita que seamos pura carne
adolorida, puro muñón amoratado, rasgado, lastimado, y que seamos sujetos a
quienes nos duele eso que aunque no lo veamos sabemos certeramente que existe,
porque lo sentimos y nos sentimos, eso,
que algunos llaman alma y otros quizás lenguaje.
Que hubiera
sido- o más bien no sido- de nosotros, de nuestros niños, esos que cada uno aún
somos, de Blancanieves y de la madre de Blancanieves, si aquel pinchazo en su dedo, mientras estaba
bordando (¿bordeando? el agujero de lo real, pues bordar es una forma de
escritura), hubiera quedado solo en eso, en un simple y burdo pinchazo granate
sangrante. Y que sería también, si su
mirada, en vez de deslizarse metonímicamente sobre la blancura anhelada de una piel, solo se hubiera quedado, eternamente absorta,
en la belleza mortífera de la nieve, aquel día en que la misma, golpeando suavemente
sobre los cristales, llamó azarosamente a la ventana de su deseo.