jueves, 26 de abril de 2012

“LA LECCIÓN DE MÚSICA”   O  LA LECCIÓN DE PSICOANÁLISIS.

“La lección de música” me parece  una pequeña gran  joya escrita por Pascal Quignard. Un librito de tan solo 130 páginas que ha sido capaz de hacerme experimentar el éxtasis, la emoción y la felicidad  que se puede encontrar en la belleza de la poesía, así como desbrozarme, como sostenía Freud que hacían los poetas y todo creador, una parte de mi  camino hacia el  Psicoanálisis.

 La obra brinda además información histórica acerca de tres períodos: la música del siglo XVII, la Grecia clásica y la China más antigua, pues su autor nos brinda   la lección de música a partir de tres episodios: la vida de Marin Marais, un excelente músico del barroco francés-según los entendidos-, la llegada de Aristóteles a Atenas y un relato oriental sobre la leyenda de Pu Ya, intérprete de laúd.

Podría decir que Quignard hace ficción a partir de datos históricos, sino fuera porque en realidad poetiza. Y atrapa. Por un lado por su poesía que  hace verso “la” y “sobre” la música, así como “hace verso” las tres  lecciones de música que nos acerca, y por el otro, por su manera de concebir la música y el enigma que teje en torno a la música, a qué es la música, dónde y cómo se la puede encontrar, cómo alguien puede devenir un músico, que ha de hacer para ello, por qué puede ser que alguien desee devenir compositor o músico, qué relación puede establecerse entre voz y música, entre la voz primigenia perdida y la música.

 En su caso, el contenido de lo que escribe es indudablemente interesante de cara a la reflexión y a despertar, en mi caso, el deseo de saber acerca de los músicos referidos y su contexto. Pero lo que más me ha atraído llevándome a leer y releer su obra con un deseo de nunca acabar, es la forma poética que en Quignard alcanza el orden de lo sublime, y está tejida de la misma raigambre que  la propia música, ya que  al igual que ella trasmite algo inefable. Que lo es, porque es algo  del orden de la falta y el deseo, y que a pesar de  que no lo parece, me ha dejado sin palabras. Forma poética que a cada lectura me sigue produciendo el mismo placer y la misma emoción que la primera vez que leí su libro.
 Carácter este de lo inefable, que indudablemente es inherente especialmente a la música y a la  poesía, pero que  en este caso he sentido multiplicado “ad infinitum”.
Por ello, la música  que suena de fondo en los relatos y especialmente en este último al que está referido este escrito, una música que no se deja aprehender sino  a medias, es la del deseo, porque esa es su característica esencial, la de desplazarse metonímicamente a causa del objeto de deseo en la búsqueda de recuperar eso objeto para siempre perdido,  que puede aparecer encarnado como lo hace acá, en  la voz  de la infancia, la voz primigenia del canturreo de que habla Quignard.

Antes de  entrar de lleno en “la lección de música”, diré que yo ya me había encontrado con este  autor y  había leído algunos fragmentos de su obra “El odio de la música” motivada por referencias a la misma que encontré en algunos publicaciones psicoanalíticas (“Formulaciones de lo ignorado” de Álvaro Couso, en la Revista Acheronta nº 14, entre otras) sus planteamientos me parecieron muy interesantes. En esa ocasión, llevada por mi búsqueda de “material” para preparar un ciclo de conferencias que presente en Palma de Mallorca en el “Casal Balaguer” durante el año 2008 con el nombre de “Encuentros  Psicoanálisis- Literatura”, ya había quedado muy motivada para leer más obras de este creador.

La tercera y última de las lecciones de música, encontramos por doquier ese ser de lo inefable que habita la música, y lo esencial para ser un buen músico que  es sentir la música (que habite en el sujeto el deseo de la música, el deseo en relación a la música). Este sentir la música remite al afecto, que se siente en el cuerpo real, los efectos de afecto que lalangue tiene en el cuerpo.
 Para encontrar la música  hay que ser capaz antes que nada de sentir las propias emociones, ser capaz de conmoverse con ellas y expresar esa emoción para que los otros también se emocionen. Solamente así un músico puede conmover a los demás.
La música es la emoción misma,  el sentimiento, y por ello lo que trasmite es inefable; se trasmite de uno a otro sin que medien palabras, e incluso tal vez produce mayor efecto si no hay palabras de por medio. Ellas pueden ser  en realidad  contraproducentes porque distraen la atención del “espíritu” de la música. Por eso también  no se puede decir con exactitud ni poner palabras precisas a lo que nos hace sentir o a porqué a veces nos produce determinada emoción o sentimiento. Se trata del la voz afectiva, de l’ affetto de la infancia como dice el autor. Eso inefable alude en último término al deseo y a la falta subjetiva que posibilita el encuentro con nuestra propia música (interior).

Esta última es “la lección de Chang Lien”. Quignard manifiesta que lo que  hace  es “ampliar una leyenda leída en una nota erudita de Chang Fu- Rui en la página 432 del segundo tomo de la “Crónica de los mandarines”. La traducción francesa del libro de Wu-Jing-Zie se publicó en 1976.Aderezo con sueños  y reflexiones la leyenda de Pu Ya. Invento los diálogos y los recuerdos: Pero la escena final es la de la leyenda”, y es la que al autor le fascina. “Los nombres de Pu Ya, de Feng Zi- Chuan, y de Chang Lien son reales. Chang Lien vivía en la época de las Primaveras y Otoños (722-481 A. C.). Fue el maestro del Músico- Más- Grande- Del-Mundo. Los antiguos letrados chinos habían dado a Pu Ya ese título honorífico. Según el Yue- Fu Jia- Ti, Pu Ya había ya estudiado durante cinco años laúd y guitarra de tres cuerdas  antes de conocer a Chang Lien para recibir sus enseñanzas. Chan Lien lo escuchó, lo acogió entre sus alumnos y lo hizo trabajar durante tres años”.

Yo te amo, pero porque inexplicablemente amo en Ti algo más que a ti-el objeto “a” minúscula- yo te  mutilo” (J. Lacan  S. XI)
        

Pu Ya viene a demandarle a un maestro que le enseñe a encontrar la música, quiere ser un gran músico. Si se lo demanda es porque se ubica en posición de no saber o no encontrar el camino para la realización de su deseo, a su vez puede que ello le depare algún tipo de sufrimiento. Al igual que un sujeto cuando le supone  a un analista  un saber sobre ese objeto (el objeto a, que es la falta de objeto) supone que él sabe cómo ha de ser para alcanzarlo, qué ha de hacer,  y le dirá cómo hacerlo. Objeto a en este caso  encarnado en el objeto voz.
Su maestro sostendrá  la apuesta y hará semblant del objeto para  remitirlo en cada ocasión a sí mismo, a que vaya posicionándose como sujeto de deseo en relación a la falta, ya que no se trata de alcanzar ningún objeto, sino de aceptar la misma como  instauradora del deseo. El objeto causa de deseo, el objeto a que es en realidad un vacío, la falta de objeto, desde donde al final podrá crear-se como músico.

En ese sentido se puede equiparar su posición a la de Sócrtates, la cual Lacan relaciona con la posición del analista.
Alcibíades le va a pedir a Sócrates algo que no sabe lo que es, pero que llama agalma. No sabe lo que es pero lo ubica como algo que está más allá de todos los bienes. Le supone a Sócrates ese objeto precioso que ha desencadenado su deseo y es  por eso que se lo demanda.
Sócrates le responde: “ocúpate de tu deseo, ocúpate de tus cosas”.
Sócrates está en posición de analista, porque como un analista es convocado a ocupar el lugar de objeto agalmático, el objeto a. también como analista, sabiendo que no lo tiene, reenvía a Alcibíades a su deseo.

¿Podríamos decir que la posición del maestro de Pu Ya coincide con  la del analista en al cura?
A ello contesto que sí y no. 

El relato de Quignard  recorre de manera certera y poética algunos de los principales mojones que  se recorren en una cura psicoanalítica en pos de  dar lugar al Deseo, pero veremos que el maestro de Pu Ya actúa indicándole  directamente lo que ha de hacer, incluso  llevando a cabo muchos actos (por ejemplo le rompe los instrumentos), que en una cura realiza el analizante y muchas veces de manera simbólica.
 Esto puede  hacernos pensar que el maestro actúa desde un lugar de saber y no desde el de supuesto saber que es el del analista. Sin embargo si consideramos que el relato funciona como un sueño que nos presenta en imágenes un contenido manifiesto que remite a un contenido latente, simbólico, podemos asimilar su posición a la del analista y  leer el relato desde el anudamiento de lo imaginario,  lo simbólico y lo real.
Aún así, y tenerlo en cuenta es muy importante al leer este escrito, no se trata de equiparar punto por punto lo que sucede en el relato a una cura psicoanalítica, sino de servirme de algunos aspectos del relato para pensar algunos aspectos de la cura analítica y  la función del deseo del analista como posibilitador del encuentro del sujeto con su propio deseo.

En la primera lección Chang Lién destruye los instrumentos de Pu Ya, primero el laúd, luego su guitarra diciéndole que escuche el sonido que emiten al romperlos ante los lloros de Pu Ya y sin considerar la antigüedad de los mismos, la cual les otorga  un “carácter  sagrado” que ya veremos de qué se trata (el laúd databa de “poco después del nacimiento de los proverbios”, su guitarra la habían tocado los Siete Músicos”).
Culmina la lección diciéndole: ¡Ahora, poned más sentimiento en la manera de interpretar la música!
Luego se nos dice que “el joven Pu Ya quedó muy abatido. Solo tenía unas monedas. Había perdido sus instrumentos de música. Dejó de comer durante una lunación y vaciló ante la idea de abandonar a su maestro”

La búsqueda de la música que emprende Pu Ya, puede equipararse según lo entiendo, con la búsqueda del propio deseo (deseo=música) ya que la misma comparte con éste el carácter de lo inefable. Aunque en este caso, la falta que da lugar al deseo (obj a), esté revestida por un objeto pulsional, la voz, que redobla dicho carácter de lo inefable e  inaprensible.
Ya desde el inicio podemos apreciar cómo el encuentro con la música, con nuestro deseo- música personal, no es fácil, comienza con obstáculos, ya se trate de que la falta que causa el mismo esté velada por el objeto de la  pulsión invocante (voz) como en este caso, o  por otros objetos pulsionales.

Pu Ya confunde  su deseo con los objetos, como todos los seres humanos que creemos que determinados objetos  nos darán la satisfacción y la felicidad total, pero obviamente ello no es así, (Pu Ya cree que la música está en los instrumentos).
Y partiendo de ello buscamos nuestro deseo afuera de nosotros mismos, en los objetos, pero también en los otros.
Así mismo, tendemos a confundirnos, a definir  lo que somos y quienes somos a partir de los objetos que creemos poseer y a partir de  lo que los otros nos dicen y quieren que seamos, al punto de que nos enajenamos de nosotros mismos, y son los objetos y los otros quienes terminan por poseernos. Esta  enajenación es inevitable según lo entiende el psicoanálisis, ya que los seres humanos estructuramos nuestra subjetividad en relación a lo que nos viene del  Otro (encarnado en la madre) de quien dependemos para nuestra supervivencia tanto biológica como afectiva. En esta relación, el niño va a demandar ser amado por el Otro y para ello se ubicará en un principio en un lugar de objeto, y en ese  sentido será lo que el Otro diga que es, o que ha  de ser para poder  amarlo. Lacan dirá que este primer tiempo es el de la alienación al Otro. En un segundo tiempo habrá de advenir la separación.

Pu Ya llega a su maestro en ese estado de alienación: para paliar su falta en ser viene cargado con un equipaje de lo que los otros le han dicho respecto a quien ha de ser, cómo ha de ser, cómo ha de ser para ser(el ideal del yo), con un equipaje con lo que le han enseñado respecto a lo que es la música o lo que es importante tener para ser músico, y su maestro dirigirá sus lecciones a promover la separación de Pu Ya de lo que el Otro le ha dicho respecto a dónde se encuentra la música, instándole a encontrarla en sí mismo.

En primer lugar, el maestro le enseña a Pu Ya que la música no se encuentra, o no es  los objetos, como el deseo no son los objetos que uno encuentra transitoriamente en el camino, y que brindan una satisfacción limitada por un mayor o menos lapso de tiempo. Por ello le destruye los instrumentos. 
 Pu ya no encontrará  en los objetos-instrumentos la música que necesita encontrar para ser un buen músico. Son necesarios evidentemente, pero de nada sirven si antes no se produce el encuentro  de Pu Ya con su deseo de la música.
La misma separación del sujeto respecto de los objetos que velan la falta, promoverá el analista en un tiempo de la cura, pero la destrucción de esos objetos instrumentos no necesariamente pasaría siempre por una destrucción real, sino que podría realizarse de manera simbólica(a través de un sueño por ejemplo en el que el sujeto sueñe que rompe los instrumentos, o que el analista le rompe los instrumentos).Aunque bien puede ser esto lo que el relato significa, si lo asimilamos al sueño en el que el inconsciente se expresa en imágenes.

Nuestro aferramiento a los objetos data de la antigüedad,  de los  albores de nuestra vida psíquica. El niño se aferracomo objeto,  al objeto que cree ser para el deseo del Otro como forma precisamente de encontrar la consistencia en ser de la que carece, pero habrá luego, de faltarle al Otro como objeto, con lo cual producirá una falta en sí mismo, en el seno de su propio ser, que estructura  su subjetividad como sujeto de deseo en relación a un  objeto que falta, el objeto a, fórmula del fantasma:
$ <> a.

En el camino hacia nuestra propia música hay que romper con lo que viene de otras generaciones, con los padres y su deseo respecto a nosotros, con lo que hemos asumido por tradición,o simplemente sin cuestionarnos si ello es importante realmente para nosotros, con objetos que socialmente representan (y por tanto para el Otro), el poder, el brillo social. Esto podemos encontrarlo especialmente en el fragmento siguiente:

“La voz de Pu Ya estaba llena de lágrimas mientras hablaba y se quebraba al pronunciar las palabras laúd y guitarra, tío, abuelo y padre. De repente prorrumpió en un enorme sollozo y lloró en sus mangas”, luego gritó: tío mío, se frotó los parpados y se prosternó tres veces ante Chang Lien”. 

 La voz llena de lágrimas puede pensarse como que  Pu Ya pierde la voz de los otros que le habitan,   y pierde en la voz a los otros, por eso  los llora: hay un quiebre-castración que le separa de lo que él ha sido como objeto-instrumento para ese Otro(tío, abuelo, padre),de lo que ese Otro le ha significado como música: tener determinados instrumentos venidos de tiempos originarios que han adquirido por ello, y por venir de  personas honorables(el padre o alguien respetado por este) un carácter sagrado. Hay una separación en la que Pu Ya deja esas identificaciones, comenzando así  un proceso de vaciamiento para ir al encuentro con algo nuevo, propio, en definitiva, con  su propia música. Este proceso puede ser nombrado en el psicoanálisis como matar al padre simbólicamente.
También, que el maestro llame la atención de Pu Ya al sonido que hacen los instrumentos al romperlos, remite a que escuche la pérdida, el sonido de los instrumentos que se pierden, el sonido que se pierde.

El encuentro con la música, así como el encuentro con nuestra propia música –deseo, implica desde el comienzo perder los objetos que me extravían en  en mi camino hacia el deseo y hacer un duelo por ellos. Pu Ya está en  se estado, ya que se nos dice que estaba abatido y dejo de comer durante una lunación, también que dudó acerca de si seguir adelante o dejar a su maestro.

 Esto es lo que en mayor o menor medida puede experimentar alguien que acude a un psicoanalista, cuando percibe inconscientemente que aquel no va encarar el trabajo con él, desde el “fortalecimiento del yo”, desde el fortalecimiento del lugar de objeto que él es para el Otro, desde el afianzamiento de  los aspectos narcisistas, desde la conservación de  lo que trae, sino que va a apuntar a introducir la falta, que precisamente por estar faltando le provoca malestar al sujeto sin que él lo sepa. Ante eso el sujeto a veces se plantea que eso no es lo que vino a buscar, no entiende, no ve  el camino de ayuda que el analista le propone (él vino solo por x y aquel le pregunta por su infancia, el vino para que aquel le de técnicas para mejorar sus ingresos y poder adquirir más objetos sin sentirse angustiado como ahora se siente, y aquel parece llevarlo a cuestionarse y “querer hacerle” deshacerse de su vínculo adictivo con los objetos).
Ante esto al sujeto solamente le queda como a Pu Ya, el irse o el confiar en el Otro, en su saber  hacer, en su honestidad, y darle otra/s oportunidades para ver por donde encamina el trabajo analítico. Pu ya, a pesar de que no entiende ni comparte lo que su maestro (por algo es un maestro) propone, le supone inconscientemente un saber, acepta confiar en que aquel ha de saber lo que está haciendo, aunque ahora él no lo pueda entender, y seguramente espera que en algún momento todo ello  se le aclare.

En la segunda lección ante el reclamo de Pu Ya a su tío, por sus instrumentos deshechos, el maestro le da una respuesta que transcribo además de por los comentarios que me suscita,  por el  placer de recrearme en  la belleza poética que de ella emana:

“_ ¡Hijo mío, ya os respondí cuando los rompí! Vuestra interpretación era hábil pero carecía de sentimiento. He roto vuestros instrumentos y vuestra voz ya ha cambiado. Os escuchaba lamentaros y ya oía en el temblar de vuestra voz algo de un canto. Empezáis a extraer de vos mismo entonaciones que conmueven._ Chang Lien retiró de su manga un resto de coliflor que le había caído- ya que habían estado almorzando antes-: Continuo: sois como un niño cuya voz muda. Sois como un niño cuyos labios vacilan entre el seno de su nodriza y el pecho de las prostitutas. Sois como un niño cuyo paladar duda entre el universo de la leche y el del vino caliente, entre la voz que se levanta súbitamente como un pajarito por encima de las frondosidades y la voz ronca del leñador o de carretero que resuena y arremete contra su tronco o su mula. Dudáis entre lo que sentís y lo que sabéis. ¡Tenéis por delante mucho que hacer aún para acercaros a la música!


Este fragmento  me motiva a comentar lo siguiente.
Cuando la identificación narcisista comienza a conmoverse porque el sujeto puede "introducir" una diferencia, aunque sea mínima entre él y el objeto-yo en que ha devenido para colmar la falta en el Otro, objeto con que viene con-fundido, empieza a “darse cuenta”  que él no es el objeto.
Pu Ya no encontrará su música personal aferrado o portando  los objetos instrumentos que le vienen del Otro,  se rompe la completitud  fálica que rigidiza al sujeto y éste empieza a cambiar, empieza a encontrar lo propio, su propia voz, su propia entonación,  empieza a sentir, a conectarse con su propia música, aunque vemos que Pu Ya sigue aún en estos momentos sin poder darse cuenta conscientemente  de  los beneficios que la propuesta de su maestro le puede deparar.
Esto también sucede a menudo a los sujetos que consultan a los psicoanalistas. Cuando digo que conscientemente Pu Ya no se da cuenta de los beneficios de las lecciones, es porque en otro nivel, inconscientemente sí lo va pudiendo hacer.
Hay varios hechos que nos permiten constatarlo: Pu Ya continúa  con las lecciones a pesar de su dolor, de su angustia,  y es  él mismo quien generalmente va a buscar al maestro luego de un tiempo en que espera ser llamado por aquel, y aquel no lo hace.

Es el sujeto el que ha de estar  dispuesto a comprometerse consigo mismo, con su deseo, es una decisión que compete al sujeto, por eso el maestro no insiste, no le obliga, no le llama, espera que Pu Ya le dirija su demanda y que la sostenga a pesar y contra el dolor inevitable que  todo proceso de encuentro consigo mismo conlleva. Y no solamente esto, Pu Ya  llora en sus mangas, le llama tío y luego se prosterna por tres veces ante su maestro. Ello demuestra que hay una aceptación de parte de Pu Ya  del dolor que conlleva  la lección, y  a pesar del mismo, o más precisamente por el mismo  ya que el dolor crea un puente que separa y une a la vez, permitiendo mantener una distancia.  Lo doloroso de nuestra vida  no se lo contamos a cualquiera, se lo contamos a alguien a quien le tenemos la misma confianza que a nosotros mismos, es más, ese otro a quien se lo contamos no lo percibimos como un otro sino como una parte de nosotros mismos. Por eso Pu Ya se  siente cada vez más cercano, más confiado con su maestro al punto de llorar sobre sus mangas  y  llamarle tío. Y además cada vez le tiene más respeto. El que le llame tío precisamente podría dar cuenta de la familiaridad que establece Pu Ya con su maestro y de cómo ha sido tomado por el amor de transferencia.

Esta familiaridad que significa que el otro se percibe como parte de uno mismo y no como otro diferente -como si se hablara consigo mismo-en el  análisis, el analizante la establece con el analista y  por eso Lacan dice que el analista forma parte del inconsciente del sujeto.
Asimismo, en varias oportunidades Pu Ya le llama padre, tío a su maestro, éste pasa a ocupar todos  los lugares en “la transferencia”.

¿Qué es la Transferencia?


La transferencia en psicoanálisis es un proceso en el cual se produce un desplazamiento del afecto de una persona a otra. Los patrones de sentimiento y comportamiento que originalmente se experimentaron con las figuras importantes en la niñez se desplazan o vinculan a los individuos en relaciones actuales de la persona (por ejemplo, un psicoterapeuta, pero también con cualquier persona, la diferencia es que ello en el análisis es trabajado).La persona reacciona como si fuera una persona del pasado quien responde.

 Las reacciones de transferencia pueden ser positivas o negativas". La transferencia positiva es delimitada como "Transferencia de los sentimientos positivos sobre otras relaciones anteriores a la relación entre el paciente con el terapeuta". Mientras que la transferencia negativa se denomina como "Sentimientos de hostilidad que un paciente transfiere de relaciones anteriores a su relación con el terapeuta".
“El analista sostiene la transferencia sabiendo que el saber es supuesto, que no hay ni saber ni sujeto ya constituidos, que ambos son a producirse en la cura. La cuestión es cómo se produce ese saber.

Amamos a quien le suponemos saber y es así como entra en juego en la experiencia analítica, la dimensión del amor. El amor es efecto de transferencia, siendo ésta una de sus caras, la resistencial. Sabemos que la transferencia no es solo obstáculo, también es motor. No obstante, “el deseo del analista” ha de remitir  la demanda del sujeto a su vertiente pulsional, pues la transferencia como amor que demanda amor, escamotea la realidad sexual del inconsciente al incorporar el objeto a, al ideal del yo, donde sitúa al analista como Otro del amor. El deseo del analista va contra el engaño de la transferencia. Por eso no se trata tampoco de que el maestro ame a su alumno ni que le demuestre ningún afecto, al contrario ello impediría el encuentro del sujeto con su deseo.

Otro aspecto que este fragmento me promueve comentar es acerca del paralelismo que  puede establecerse entre la propuesta del maestro de Pu Ya y  la apuesta  psicoanalitica respecto al saber. El saber del analista es un saber inconsciente  sobre el inconsciente.Saber leer  la música del inconsciente, no se puede hacer mediante  un saber consciente. El saber analítico- del analista y del analizante- no es  ni del orden del conocimiento ni únicamente del orden del saber teórico-obviamente sí necesario- como tampoco lo es el de un músico u otro artista. Ambos remiten al saber inconsciente y al límite donde ese saber falta. El psicoanalista en ese  sentido es como el músico, ha de trabajar en sí mismo, en sus emociones y “complejos” para poder escuchar “la música” de sus analizantes como condición primera y “sine qua non”.  

Otra aspecto que se me ofrece a consideración  es la intercalación entre medio de esta lección de música del tema de la comida. No solamente se describe lo que comen sino que se hace esta referencia a sacudirse un resto de coliflor de la manga mientras habla de la música.
 Precisamente la música, un arte que a muchos puede que se nos presente como algo tan sublime (de ahí el término  Freudiano de sublimación), tan digno o elevado, tan alejado de lo terrenal, de  las necesidades sexuales satisfechas de manera directa. Sin embargo parece querer ser despojada por el autor, de ese  carácter de lo ideal, de lo celestial, para decirnos que él la ubica en el mismo nivel que a la necesidad de comer, o que la ubica en medio, haciendo serie con la necesidad de comer aludiendo a que aún en la sublimación  está en juego la satisfacción pulsional, o de goce, aunque haya cambio de meta y se trate de una “satisfacción paradójica” como dirá Lacan. Decir “satisfacción paradójica” es decir que en la pulsión no hay acomodo, que no se encuentra ni se puede agarrar el objeto que la satisfaría y apaciguaría. Lo real está ahí implicado: no es unívoca –“es paradójica”. La sublimación es goce, es decir la unión de la satisfacción y lo real (= lo imposible).

Quignard nos viene a decir lo mismo, que la música al igual que el comer producen goce en el cuerpo, se asientan en lo pulsional, en lo  a-sexual como dice Lacan.  

En el párrafo siguiente, el maestro le pone palabras a lo que le está sucediendo a Pu Ya, nombra su dificultad  para separase, para crecer  que lo mantiene dubitativo, anclado entre la infancia y el crecimiento necesario para llegar a la adultez: duda entre el seno materno del placer infantil y el seno del placer adulto de una prostituta, entre la leche de la infancia  y el vino de la adultez., entre la voz-niño(falo) que él ha sido para el deseo del Otro y la voz de hombre etc.
A Pu Ya le cuesta realizar esa muda de la voz que lleva de la infancia a la adultez, esa muda que implica crecer, pasar de una etapa a otra, lo que  a nivel de lo pulsional requiere la falta, que el seno de la relación infantil con la madre, como objeto que vela el lugar del objeto a, se pierda para la satisfacción para que al misma se pueda  desplazar metonímicamente al seno de la prostituta, al vino, etc., que la voz de su madre deje de ser todo para él y que él deje de ser todo para la voz materna, de manera que él pueda tener  una voz de hombre. Pu Ya está dividido, como todos nosotros, entre lo que pensamos y lo que sentimos, entre el saber inconsciente y el consciente.

La siguiente y tercera lección que recibe Pu Ya viene a continuación. Su maestro le detiene cuando se estaba despidiendo y le pregunta sobre qué le había llevado a inclinarse por el arte de la música. Cuando finaliza de contarle a su maestro las tres experiencias que él entiende que lo llevaron a elegir dedicarse a la música (las cuales no transcribo acá y que están relatadas con el mismo saber hacer poesía, con  la misma belleza poética que puebla todo el libro), este le dice con sequedad:

“¡es falso!”… “Todavía estáis lejos de la música. El joven lector y su búfalo no os han acercado a la música. La música no está escondida en los sauces. La música no es el silencio. El sonido de la música  es un sonido que no rompe el silencio… De la misma manera, la gota de aceite y las lágrimas ante la muerte de la esposa principal de vuestro padre no os han acercado a la música. La música no es la muerte y si no es la vida, está muy cercana a la vida, está en la vida, en lo que de naciente hay en la vida. Es el primer grito que es el primer sonido, y en este sonido la música no es lo que sigue a la vida sino lo que la precede. ¡La música antecede a la invención de los monosílabos!...Por último, el final de la tormenta no os acerca a la música. Vuestro oído es perezoso. La música no es el final de la tormenta, es la tormenta.”

Pu  ya no replicó nada a su maestro. Chang Lien se calló unos instantes y prosiguió.
Mientras hablabais, escuchaba el sonido de vuestra voz. ¿Qué expresan las palabras sino la pretensión y el vacío? ¿Qué expresa la entonación sino la intención y el fondo del corazón? Mientras exponíais las razones que os habían empujado a hacer música, el sonido de vuestra voz se ha alejado de la música. Vuestra voz se ha reafirmado poco a poco. Se ha alejado del temblor, de la lágrima y de la música. ¿Qué habéis hecho con vuestros instrumentos? -los que le había roto la lección anterior, pero tal vez también con los instrumentos musicales más importantes  que me pregunto si no remiten al goce pulsional, a una relación de goce originario, ya que habla de temblor y lágrima, los cuales aluden al cuerpo. Es el cuerpo habitado y gozado por Lalangue , cuyo instrumento primigenio es la voz , goce invocante.

“Con su definición del inconsciente “hecho de lalangue”, que introdujo en el seminario Encore, Lacan puso de manifiesto que la lengua nos afecta y que los afectos del niño, antes de haber adquirido el dominio del lenguaje, se expresan directamente en lalangue. Habría pues en lalangue “efectos de afecto” para el ser hablante. Partiendo de este principio podemos considerar que el afecto es un efecto, y contrayendo afecto y efecto Lacan crea el neologismo effect [con dos efes]. Desde entonces sustituye la noción de sujeto por este otro neologismo de serhablante/parlêtre. Con la noción de serhablante/parlêtre, Lacan relaciona el afecto con el inconsciente real.

En el seminario El momento de concluír Lacan llegará a decir que el lenguaje no existe, que no hay más que lalangue, para subrayar que la lengua tiene un sentido particular para cada uno, algo singular en la manera como resuena y consuena para el sujeto.(“La cifra del síntoma”. Patricia Dahan(25/2 2012, Madrid, Traducido por Manel Rebollo)

 “Pu Ya le dijo que había recogido los restos, que los había amontonado sobre un cojín de seda y que les había sacrificado la parte de buey, la parte de cordero y de cerdo rituales. Añadió que todos los días se recogía ante el sepulcro de sus instrumentos. El rostro de Chiang Lien se había vuelto carmesí, y se irritó violentamente con su alumno: _ ¿qué es eso de rezar ante el sepulcro de vuestros instrumentos? ¡Los instrumentos ya son sepulcros!”
Luego le manda ir  a buscar al restaurador  instrumentos estropeados, rotos, una guitarra de tres cuerdas, rota y mal que bien arreglada, un laúd reventado y mal que bien remendado, y le dice: “Tomad los más simples instrumentos de música y ejercitaos de nuevo en ellos. Recordad el tiempo en que vuestra voz estaba rota. Recordad vuestra voz cuando se quebró por el recuerdo de vuestros instrumentos rotos. Vuestro laúd, del tiempo del nacimiento de los proverbios es como una cáscara de nuez. Es preciso partirla para comer el fruto. Recordad que en la música el sonido no es el fruto.
“Ese mismo día Pu Ya vendió su hábito de ritual… y empeñó dos cojines e seda que habían pertenecido a su padre”. Luego se  dirige al restaurador de instrumentos.


En este segundo fragmento se reafirma la lección de que la música no está en  objetos o situaciones, no hay que ir a buscarla hacia “adelante” sino “hacia atrás”, hacia la causa, la música causa el deseo. Este es el planteamiento que hace Lacan acerca del objeto en psicoanálisis,  no se trata de que el deseo sea causado por un objeto, sino al revés, el objeto causa el deseo, gracias a que hay un objeto que falta, deseamos.
Por lo tanto la causa de la música, la causa del deseo, no está en “el afuera” de los  objetos o situaciones, sino en el “interior- exterior” de nuestra propia constitución como sujetos psíquicos o de  lenguaje (la estructura psíquica se constituye en torno a la falta), la causa está perdida “dentro de nosotros mismos” por eso está en el origen de la vida, de nuestra vida.

Quignard dice la falta bellamente: “La barrera sonora está ante todo en el orden del tiempo”…es preciso suponer una especie de sonido ahogado que es como el sexo de la música. Sin duda se puede formar una suerte de  sonido ahogado mediante el pianoforte o el violonchelo, pero, en nuestros días, en el caso del clavicémbalo y de la viola de gamba funciona como si una colgadura, un tapiz o una barrera nos separasen de los sonidos ahogados, y los ahogan. Lo más lejano en nosotros nos quema los dedos. Lo escondemos en nuestro seno y, sin embargo, nos parece más antiguo que la prehistoria, o más alejado que Saturno. Jean de la Fontaine busca por la misma época, con la ayuda de viejas  imágenes resucitadas la novedad e incluso la juventud de un efecto arcaico. Yo no tenía la mirada en ese tiempo, como tampoco tenía la disposición del aliento ni del viento, ni del aire atmosférico ni de la profundidad de los cielos. Siento con intensidad y como nunca la impresión de no oír del todo y de no estar seguro de comprender del todo”. (Fragmento extraído de la primera parte del libro)


“Siempre hay algo que desgarra el instante. Y el desgarrado soy yo. Necesito una concordancia para aliviar la discordancia. “¡una intriga!”, ése es el grito desde que el grito se vuelve lenguaje. Mi vida es un continente abordado sólo por un relato: No sólo hace falta el relato para abordar mi vida, sino un héroe para garantizar la narración, un yo mismo para decir yo. Necesito una melodía,- canturreo primero, cantus obscurius de la lengua materna insignificante, todavía, presencia substancial, alimentadora-para calmar la aniquilación del tiempo por el tiempo. El canto, el melós está ligado a la memoria. Un canturreo anterior incluso al lenguaje, que prepara el apresamiento de su mandíbula sobre nosotros, nos ha domesticado. La recitación infantil se subordina no sólo en su retención sino en su misma rememoración a la melopea”. (Fragmento extraído de la primera parte del libro)


“Las “voces humanas” son en sí mismas sonatas que se abren con gritos. Se entienden entre el gorjeo y el balbuceo. Luego vienen las voces blancas de la angustia y el timbre metálico de los maníacos, las afonías terribles del desasosiego, la voz sorda, baja y mortecina de los depresivos, y por último, al voz destimbrada de los viejos en el momento de morir”. (Fragmento extraído de la primera parte del libro)


Se trata de la constitución subjetiva que  implica una división mítica  del sujeto y el Autre  en la cual se instaura la falta que hace del sujeto, sujeto de  deseo.
Por eso Quignard dice que “la música es lo que de naciente hay en nuestra vida” (poética definición del deseo, ya que solamente este nos mantiene vivos y al dejarnos siempre insatisfechos nos hace estar en un permanente nacer, en un permanente dar a luz). Por ello también la música no puede nunca ser la muerte, es como dice el  maestro, es  la vida o algo muy cercano a ella ya que solamente el reconocimiento de nuestra falta que nos ubica como sujetos de deseo nos permite diferenciar vida de muerte y estar vivos. Y es el primer grito porque un bebé cuando nace no habla, solo grita, llora y eso lo hace cuando nace, cuando se separa del cuerpo materno, antes, estando en el vientre de la madre no puede gritar ni ser escuchado. La música que es ese primer sonido precede- dice él- a la vida. Porque ese grito da cuenta de que se está vivo (precisamente una madre que no puede ver a su bebé en el momento que este nace, necesita confirmar que vive a través de sonido que es llanto grito cuando su hijo nace). Así mismo el niño  se escucha por primera vez a sí mismo. El grito le asegura que está vivo y separado, “se parare” dice Lacan.  Es ese primer grito del niño, ese es el primer sonido (diferente de los sonidos que vendrán luego).

“En su punto límite, el grito es un desgarro indescifrable de dolor  proferido al otro…
Tal como lo define la Real Academia es “un sonido inarticulado”. A través del grito se manifiesta lo inarticulado del sujeto, lo que no articula en su discurso”…nada más patético sobre el grito que el cuadro de Munch…una boca que circunscribe un agujero áfono, el grito es  silencio” (“Del grito a lo invocante” Adriana Banan de Dreizzen, E. F de Bs. As.)

La música se encuentra en esa  lengua primigenia donde hay  goce, pero aún no sentido,  lo que Lacan llama Lalangue, o lo que los lingüistas llaman aspectos prosódicos del lenguaje (entonación, ritmo) y por eso es anterior a los monosílabos. Esto se debe a que  lo que ella trasmite es el afecto y no el significado, el bebé percibe el amor o el odio materno a través del ritmo, del tono de la voz y no de lo que dice ya que no lo comprende.

De hecho, en estados Unidos se hicieron experimentos respecto a  cómo reaccionaban los bebés ante una frase con el mismo contenido (que a veces trasmitía algo desagradable como por ejemplo, eres un niño espantoso) dicha en tonos diferentes y el bebé reaccionaba a la modulación y tono llorando o sonriendo respectivamente (por eso dice que el sonido trasmite el fondo del corazón mientras que  las palabras, la pretensión y el vacío). Sería como decir que con lo que se dice-con el contenido de lo que decimos- se puede mentir, en cambio nos delata el tono, la actitud, “la intención” como dice Quignard que es lo que la mayoría de las veces aunque queramos  no podemos controlar. Por eso es tan difícil la llamada “inteligencia emocional”, el control de las emociones. Podemos decir “no me importa”(y además de la negación que marca el lugar de la defensa), el tono, el ritmo de nuestra voz dirá querámoslo o no, si realmente eso es así, y eso es algo que podemos captar  constantemente en nuestras relaciones con los otros.

 Por eso la música se encuentra en el temblor, en la lágrima y no en la voz que reafirmándose escapa de ellos. Es debajo de la cáscara –máscara  que constituye el significado mentiroso en el lenguaje o el laúd del tiempo de los proverbios (que están hechos de palabras que pretenden trasmitir un mensaje y por tanto sentido, y es un mensaje que viene de Otro, del pasado). Hay que dejar caer esa cáscara  porque debajo se encuentra el fruto, que es lo que verdaderamente cuenta, teniendo en cuenta además que el fruto no es el sonido, cosa extraña si pensamos que  materialmente  la música no existe sin el sonido, la música parece  ser sonido, tal como lo percibimos normalmente. Sin embargo, para que ese sonido trasmita algo de uno  mismo a otro ser humano , a quien a su vez le hará sentir  eso mismo que siente quien lo ejecuta pero también algo un poco diferente,  debe trasmitir  algún tipo de  afecto, debe decirnos algo en el nivel de lo  que sentimos en el cuerpo. Po eso la música, no es lo que viene después de la tormenta, sino que es la tormenta.

Todos asociamos a una determinada palabra contenidos similares, por ejemplo si decimos amor, habrá coincidencias en las representaciones que vendrán a nuestra mente. En cambio, la manifestación del amor cuando aún no se sabe el significado que la palabra da al mismo,  se trasmite por el tono, existe consenso inconsciente en que el amor lo expresamos con un tono regulado, suave, amoroso y el enojo o la ira en un tono fuerte, por eso cuando los niños aún no han interiorizado aún esas diferencias si uno le dice algo neutral a un bebé como puede ser “ eso no se hace” en un tono fuerte, el bebé llora porque captó que nuestro tono manifiesta algo que le desaprueba como sujeto, que le puede hacer perder el amor materno, aunque aún no pueda significarlo como enojo. Si a un niño se lo quiere reprobar pero le hablamos bajo y nos sonreímos no captará que lo estamos reprobando o por lo menos tendrá dudas de cuál es nuestra verdadera intención. Por eso la música está en el afecto y en el aprendizaje y aprehender primigenios que hacemos del afecto, es este el  que imprime a la voz humana determinado tono, ritmo, cadencia.
 Lo que sentimos es la música que regula, conduce  nuestra voz, y los sonidos que puede producir un músico. Sin ello no es posible la música, por ejemplo  podemos imaginarnos para hacernos una idea, un músico que para expresar paz, relax utilizara sonidos fuertes, tremebundos, ¿sentiríamos lo mismo que él o más bien lo opuesto, angustia, desasosiego? No podríamos establecer lazo, ya que este requiere de que cada ser humano el  haber entrado en el consenso (que es inconsciente) de que tonos suaves expresan afectos suaves y lo opuesto, haber entrado en la ley de la cultura, en la ley del lenguaje  que nos marca como sujetos adscriptos a la cultura, librándonos de quedar  extranjeros e impedidos de  comunicarnos con los otros ( liberándonos de un “lenguaje” que fuese personal, que no hiciese lazo con lo social, lo que en definitiva es un contrasentido, ya que el lenguaje es precisamente la ley que nos culturaliza.)
Esto es lo que nos dice Alvaro Couso en “Formulaciones de lo ignorado” (Revista Aheronta nº 14), artículo  que merece  leerse en su totalidad.
 Sonido y sentido son dos dimensiones del significante que Lacan puntualiza en 1977, y de las que se sirve para repensar la interpretación psicoanalítica. Mucho tiempo antes había propuesto la idea de una alianza, de un pacto simbólico entre el sujeto y el Otro, metáfora del inicio mismo de la civilización. La entrega a Moisés de las Tablas de la Ley se acompaña de un sonido, un trueno que se puede pensar como el alarido de muerte del padre terrible, cuyo asesinato es el fin de un tiempo pre-simbólico y el comienzo del mundo de la palabra. El sonido es la huella sonora de ese pasaje. Como si se reprodujera una vez más el asesinato del padre todo-goce, y el sonido fuera el indicador del advenimiento del mundo (simbólico) humano”.

Respecto  a estos aspectos es muy interesante también  un trabajo que recomiendo leer: “Piazzolla simbólico, “Polaco” imaginario y batucada real” del psicoanalista José Luis Berardozzi, que podréis encontrar en este blog o en internet.

Otra  referencia interesante la encontré en un trabajo de  la Psicoanalista Adriana Missorici que me parece interesantísimo: “Marca de analista: de la ligazón madre al lazo inédito” (WWW. efba. org) y a leer en su totalidad y del cual transcribo un  pequeño fragmento.
 Tomando como referencia a Quignard  dice: “en su libro El odio a la música, el escritor Pascal Quignard crea una metáfora, que podemos tomar para pensar la sustancia con la que se amasa el ser como una sustancia musical. Pues el ser sólo advendrá sujeto si la música del Otro primordial – o la "Sonata materna" al decir de Quignard – vehiculiza la letra, los significantes.

Dice así: "Rodeamos de lienzos una desnudez sonora, extremosa, lastimada, infantil, que perdura sin expresión en lo más hondo de nosotros".

                   "Los lienzos son eso (...) que envuelve al niño cuando sale de la noche                     materna (...)

"El vínculo entre el niño y la madre, el reconocimiento del uno por la otra y la adquisición de la lengua materna se forjan en el seno de una incubación sonora (...)". (4)

Entonces, esa sustancia que forja la ligazón-madre y que hace lugar al sujeto por venir, "perdura sin expresión" o – al decir de Freud – queda "despiadadamente reprimida". No obstante, esa sustancia imprime su impronta, su marca. Marca que dirá de la impureza, de la opacidad del origen, del origen del deseo. Así el deseo, que no es un deseo puro, obtendrá la marca de su singularidad”

Entiendo que porque la palabra en la medida que representa a un objeto muerto en lo real, ya que la condición para la simbolización es la muerte de la cosa, intenta llenar vanamente un vacío estructuralmente imposible de colmar (la falta en psicoanálisis), no hay palabras que puedan decirlo todo, ni decir  exactamente lo que creemos que queremos decir. Por lo cual al expresar nuestras emociones con palabras siempre nos “quedamos cortos”, a medias, insatisfechos y en ese sentido las palabras sí son una pretensión y el vacío. También porque Lalangue es puro goce que se pierde en parte  cuando sobreviene la significación.

Este planteamiento en relación a lalangue  y el que la música se encuentre en ella  y no en el significado, es un planteamiento que Quignard realiza en diferentes partes del libro.
En la primera parte del mismo, en la primera lección de música lo encontramos dicho de una manera muy bella:

“Nada está crudo en el lenguaje, lenguaje demasiado cercano a la cocción, todo lo que se dice está cocido, lenguaje que siempre nos llega demasiado tarde, prehistoria, arcaísmo de la música en nosotros. El oído precedió a la voz durante meses, los balbuceos, el gusto y la voz llegan meses y estaciones antes que la lengua articulada y más o menos con sentido. Era la primera muda (de la voz), la muda de la pubertad-tema que  es el que desarrolla en  su primera lección respecto al músico Marin Marais-la repite y sólo la repite con tanta viveza y frescura en los muchachos. La influencia de las emociones sobre la voz de los que quiero, al trabajar la voz de los que quiero como una especie de edad en ellos, me parece casi más infinita y más sorprendente  y más turbadora que la erubescencia en el rostro por el pudor o por la vergüenza. Pero el sonido ahogado, renaciente a veces, el sonido sin renacimiento, el sonido tan incierto a lo largo de los nueve o diez meses de la muda masculina, es el de la infancia.

Retomando la lección de música,  podemos apreciar a partir de los fragmentos transcriptos, que  el maestro insta a Pu Ya a seguir adelante y dejar de penar por los instrumentos perdidos, dejar de penar ante el sepulcro de los instrumentos ya que ellos ya son sepulcros. Y le manda a hacer música, a  ejercitarse  con cadáveres de instrumentos.
Podría pensarse que los instrumentos ya son sepulcros porque de nada sirven si alguien no los toca, si alguien no sabe hacer salir de  ellos música., lo que les otorga vida es el músico que los sabe tocar y  hacerles  hacer música.


 En cambio si alguien lleva la música en sí mismo, puede hacer música  no solamente con cualquier instrumento, sino con cualquier cosa, como puede observarse en muchos grupos que hacen música excelentemente con objetos de des-hecho precisamente (botellas, latas, tapas de inodoro.) porque se crea a partir de los restos(el objeto a en Lacan).O lo que es lo mismo, que  se crea a partir de la muerte y de lo muerto, del cadáver de algo, precisamente se crea ahí en el lugar de la falta, en el agujero instituye  la falta, por eso es necesario que  no haya objetos obturando la misma, si no, no se puede crear.

Si Pu ya sigue aferrado a los instrumentos en los que Otro le habían dicho que estaba la música o el poder de la música, o ahora sigue aferrado a los instrumentos rotos- muertos y no les deja ir (no hace el duelo por ellos y acepta su pérdida) está llenando la falta que debe haber para permitir que circule el deseo y la vida. Esos instrumentos muertos siguen vivos en su psiquismo y ocupan conjuntamente con su dolor que se torna sufrimiento, el lugar ese vacío. Así no deja que advenga ahí lo nuevo, la creación, precisamente porque el lugar de la falta está ocupado con algo del pasado.  

En la medida en que la capacidad de crear de un sujeto está en sí mismo y no en los objetos  de que puede disponer y de que se crea desde el vacío o en torno al vacío es que  se puede decir que se crea con lo más simple (por eso le insta a buscar los instrumentos más simples) y por ello le insta a recordar el momento de quiebre, de castración o falta cuando su voz estaba rota para que "sepa hacer ahí" con el agujero, para que tome lo que ello le produzco, lo que le hizo sentir, para hacer música. Ahí está la música, la creación,  en el saber hacer algo con nuestra falta.  
En ese sentido, si un objeto lo tiene todo, no habría lugar a la creación.

Posteriormente en  el texto de Quignard encontramos a Pu ya que vende su hábito de ritual y empeña los cojines de seda que fueron de su padre antes de ir al se dirige al restaurador de instrumentos de música. La venta de estos objetos indican cómo Pu Ya se desprende de lo que viene del Otro, deja caer la cáscara para acceder al fruto. Los objetos son del padre, por lo que lo que está en juego es precisamente la muerte simbólica del padre, Pu ya ha de  matarlo a condición de servirse de  él.

Y efectivamente  Pu ya deja de penar por la muerte del padre (su hábito de ritual nos habla de un rito fúnebre por la muerte de lo que le venía de su padre representado en esos objetos que le habían sido otorgados por aquel) y se sirve de ello para acceder a otra cosa, unos instrumentos nuevos elegidos por él, en los que juega su deseo.

Luego va al restaurador de instrumentos y se encuentra además de con instrumentos sublimes, con unos niños que practicaban con  “cadáveres de instrumentos”. Es a destacar la apuesta que hará en este encuentro Pu Ya por su deseo, vende los objetos qué más valor tenían para él, objetos que encarnan  el ideal paterno  para comprar con ese dinero unos instrumentos estropeados. Lo que adquiere es  la falta, el sujeto  se adueña de su deseo solamente aceptando su falta., su castración.

Pu Ya pide al restaurador que se los enseñe y toca con esos instrumentos viejos mal reparados. Tanto la descripción que se hace del restaurador de instrumentos (un hombre viejo, tardo de oído, con traje de seda hecho jirones y zapatos rojos), como el hecho de que  parecería que no  restaura nada, ya que los niños que están ahí practican con cadáveres de instrumentos, alude mediante ese contrasentido a la castración y a lo irreparable de la misma, lo cual tendrá una vuelta más de tuerca un poco más adelante cuando Pu Ya nuevamente entable un largo y significativo diálogo con él, como veremos.
Cabe destacar especialmente que un restaurador de instrumentos sea tardo de oído ya que parece querer darnos una pista de que la música no se escucha con el oído con el  que habitualmente creemos que escuchamos. ¿De qué oído se trata entonces?, cabe que nos preguntemos. Podemos decir que es necesario perder la voz como goce para poder oír, ya que si ello no sucede no podemos captar las diferencias entre los sonidos., escucharíamos una masa amorfa como un ruido. Nuevamente la falta, perder la voz del Otro en nosotros y dar lugar a la nuestra.

 Así mismo, el diálogo que se desarrolla entre ambos en este momento,  lo encuentro incalificable, del orden de una verdad que apunta al ser mismo del sujeto, a su falta, tanto  por lo que dice por cómo lo dice,  por  la poesía con que  lo dice. Y  considero que es difícil encontrar una  manera más poéticamente bella y conmovedora, revulsiva de decir la castración.

Pu Ya refiriéndose a los instrumentos: “- ¡Son viejos  gritos remendados! –dijo Pu Ya riendo.”
“El restaurador  de instrumentos le miró con asombro y sus ojos se abrieron desorbitados y se humedecieron.”
“-¿Somos algo más acaso?- dijo.”
Pu ya  sintió vergüenza. Cogió el laúd y la guitarra de tres cuerdas que le parecían más deteriorados... Trabajó como pudo con las cuerdas sin sonido y sus dedos tropezaron sin cesar  con un traste de madera mal pulimentada”.

Me viene a la mente la frase de Lacan: “Es en tanto que una interpretación justa apaga un síntoma, que la verdad se especifica por ser poética” y lo que él llama La Letra. Hay algo de ese orden que toca a Pu Ya y le embaraza, le  hace perder el sostén yoico de “un significante en más” y quedar bajo la barra) Se tiene que jugar algo en relación a la castración para que Pu Ya pueda llegar al final de la lección de música, al igual que para que el analizante advenga a su fin de análisis. También la referencia a  trabajar “con las cuerdas sin sonido” indica que Pu Ya está empezando a tener en cuenta  la falta. Hubo una  “interpretación” que lo conmueve “somos nosotros los instrumentos remendados”, “eso eres tú”, ese instrumento remendado ¿acaso te habías creído otra cosa?
También la pérdida de la voz primigenia, de Lalangue es un grito que intenta en vano remendarse con la urdimbre del fantasma.

“Chang Lien dejó pasar  ocho meses sin convocar a Pu Ya. Era primavera... Al pasar el maestro un día por el campo donde tocaba Pu Ya se acercó y mantuvieron el siguiente diálogo:
“- el sonido es espantoso! Tirad ese instrumento.”…”la música no mora en los instrumentos más bellos ni tampoco reside en los peores. Los instrumentos más apropiados a la música son, sin duda los que emocionan pero son perecederos, como los cuerpos que envuelven a los hombres.” Y agregó: “Hay algo dulce y triste en la música que habéis improvisado, pero todavía no es música. ¡Abandonad esos instrumentos! ¡Salid de este jardín! ¡Buscad la música!¡ Venid conmigo!

Nuevamente encontramos la referencia a la castración, a la muerte como paso necesario para encontrar los instrumentos apropiados a la música. La música en sí, es de alguna manera lo más perecedero ya que es invisible, inaprensible., etérea, lo que uno va escuchando va dejando de ser escuchado, perdiéndose casi al mismo tiempo. Esto  remite a la metonimia y al deseo que es metonímico precisamente.

La música, nuestra propia música, nuestra diferencia subjetiva  no está en el afuera ni la encontraremos en los mejores ni en los peores instrumentos, no es la completud  narcisista,  ni tampoco que el sujeto quede subsumido en la falta, que este todo él en la castración identificado con el objeto desecho, sino que asuma que tanto él como el Otro están en la falta. Ni el Otro tiene el objeto o el saber todo que le completaría a él, ni él puede completar al Otro como objeto.
 El  cae como  objeto del Otro que ha venido siendo, y queda en relación con la falta(objeto a ) y un objeto  que cubre el desgarro de la misma(en Pu Ya será al final del relato, un sujeto dividido en relación a la falta velada por el objeto voz de la pulsión invocante, a partir de ello creará y será “El músico más grande del mundo”) , fórmula del fantasma luego de la asunción de la castración. De ser en el fantasma originariamente un objeto voz para el Otro, deviene sujeto con voz propia que se  hará oír.
El pasaje de Pu Ya es como un proceso analítico, es ese saber el que se obtiene.

Luego de   animar a Pu Ya a que se vaya con él y recorren  diferentes sitios del pueblo donde tienen diversas “experiencias musicales”:

 “ Chang Lien se irritaba y le mandaba callar: escuchaba el viento en las ramas y lloraba”, en un cafetín “escuchaba el ruido de los palillos de madera recogiendo trozos de carne asada o gamba seca , y lloraba, lloraba por el sonido de la uña de Pu Ya sobre la piel de una  prostituta, por el grito de ésta, por la sangre que salió de su herida, luego lloraba por el sonido del pincel sobre la seda en un encuentro con letrados, por el sonido que hacía un niño al orinar, hasta que  también Pu Ya “aprende” a conmoverse y también llora con su maestro ante el ruido, el cual estuvieron escuchando durante cinco horas , que hacía una escoba al quitar el polvo.
En ese momento el maestro le indica que es hora de regresar y que vaya a comprarse un instrumento de su agrado en casa del luthier imperial. Y agrega “decidle al intendente Fu que regresaré mañana. Hoy he hecho demasiada música. Voy a lavarme los oídos en el silencio. Voy a entrar en el templo”

Parece que Chang Lien lo que intenta decirle es que la música está en la vida precisamente, está en lo terrenal y en lo más simple y cotidiano, en las experiencias afectivas: en la naturaleza, en el comer, en el sexo, en el quehacer intelectual o profesional, en  el sonido que hace un niño al orinar,   en el ruido de una escoba al barrer, en las necesidades básicas es lo que a intenta trasmitirnos este fragmento y lo está precisamente por su transitoriedad. Se la puede encontrar a cada paso en la vida, y a cada paso se la pierde. Es efímera, evanescente, pulsante como el deseo. En este sentido,  todo creador encuentra “material” para su creación efectivamente en las situaciones vitales que le conmueven.

Pu Ya  se dirige  al encuentro con  el Luthier Imperial  pero no encuentra en su casa  ningún instrumento que el agradara. Al salir para volver a la casa de Chang Lien se encuentra con “un hombre viejo que bajaba ayudándose  con un bastón pintado de rojo”, que no era otro que el restaurador de instrumentos, con el que ya había estado anteriormente y que le había dado los instrumentos deshechos.

Quignard alude acá nuevamente a la vestimenta del restaurador, el traje de seda gris desgarrado y los zapatos rojos además de un sombrero de fieltro. Este sostenía bajo su brazo un pequeño violín .Pu Ya le saluda llamándole tío (acaso con ello intenta dar cuenta de un parentesco de otro orden que el consanguíneo) y se alude nuevamente a “que es duro de oído” al pedirle a Pu ya que el hable más fuerte. Pu Ya le recuerda que ya se conocen  pero el restaurador no lo recuerda, luego  le pregunta su honorable nombre y donde vive mientras lo invita a una casa de té. Aquel le contesta que su humilde nombre es Feng Yieng y que vive a dos pasos de su taller en el Sepulcro del Viento. Ante la  queja del restaurador porque a su juicio ha vivido demasiado (¡he vivido tanto!), Pu Ya le dice:

“Tío, vos que restauráis los instrumentos de música os equivocáis al lamentaros. ¡Vos debéis conocer la felicidad! ¡Vos sois el guardián ante el altar! Vos aseguráis la belleza, la conservación, el silencio la posibilidad de la música.¡ Vos no tenéis porqué ser la música!- exclamó Pu Ya suspirando.”
Le contesta Feng Yieng: “- lo que decís es absurdo. No conozco la felicidad, restauro instrumentos y me muero de hambre. Soy muy viejo. Dentro de poco hará once  mil años que padezco la vida. ¡Dentro de poco hará once mil años que reparo, en vano lo irreparable! ¡Dentro de poco hará once mil años que no muero de verdad! Señor aquí donde me veis, yo fui un león, fui el pabellón del oído de una viuda. ¡Fui una nube rosada en la aurora! Fui un pan de uvas. Fui una brema. ¡Fui una pequeña frambuesa algo velluda entre los dedos húmedos de un niño!”

“Tío- prosiguió Pu Ya – vos que reparáis los instrumentos de música ¿guardáis en el fondo de vuestra tienda guitarras y laúdes?” A lo cual este le contesta que sí pero que es demasiado viejo  para llevarlo hasta su morada, que sus dedos tiemblan. El restaurador continúa quejándose  de lo viejo y cansado que está y pide a Pu ya que lo cargue sobre su espalda para ir a  su casa a por los instrumentos. Dice que hasta a olvidado su nombre y Pu Ya se lo recuerda así como que vive en el Sepulcro del Viento.

A ello contesta Feng Yieng: “Desgraciadamente el Sepulcro del Viento no es el sepulcro de la vida! ¡No he acabado de conocer la vida! ¡Seré aún pájaro y mejillón negro sobre el arenal, y diente de león! No me he deshecho del peso de las formas. ¡Aspiro impacientemente al vacío! ¿Queréis conocer lo peor de  mi sufrimiento?...”-¡Lo peor de mi sufrimiento es que sé que volveré a ser hombre ….¡es peor que convertirse en caballo de posta! Todavía sonidos que hieren! ¡Todavía ojos para llorar!
“Pu ya encontraba sorprendentemente ligero de llevar sobre sus espaldas al viejo Feng Yieng” (ya se había aludido a la ligereza cuando empiezan al marcha “vamos con paso ligero”).
Luego continúa el diálogo y Pu Ya pregunta al restaurador si el astrólogo le ha dicho dónde volverá a vivir, en qué época, cuál será su apariencia y su nombre.
“- Sobrino- dijo el anciano moviendo sus pies rojos- tengo once mil años. Me llamo Tonio Stradivarius: No puedo más…

El párrafo que sigue lo transcribo por su belleza:

“Al llegar a la casa… Pu Ya probó largo rato las guitarras y laúdes. El segundo laúd que probó producía sonidos extraordinariamente distintos, como gotas de lluvia. La cuarta guitarra que probó era seguramente un instrumento muy frágil, pero de una tristeza y delicadeza infinitas. Una de las cuerdas era muy aguda y parca de resonancia; otra de una dulzura que, con certeza, no era humana. Por último, la postrera, tan sorda, tan grave, aunque amplia y, sin embargo, púdica como si se pusiera, una y otra vez sus abrigos y faldas ante la belleza desnuda del cuerpo”.

Estar demás decir que el restaurador es un representante de la pura falta, de la muerte (restaura lo irreparable) aunque  más específicamente representa la falta que debe haber y  no está, en tanto el restaurador dirá que nunca ha muerto.
 Como veremos, este doble sentido  de lo presente en lo ausente, de la ausencia en la presencia,  es en sí mismo lo que define a la falta, a la castración (la falta es la presencia de una ausencia), nos posibilita darnos cuenta tanto lo que la muerte resguarda y posibilita, como lo que impide su ausencia, el  no tenerla en cuenta. O sea que la muerte cuenta para poder desear. Nos dicen  de  ella,  la vejez, el número de años que hace que vive el restaurador de instrumentos (personas), once mil, o sea,  diez mil  más  un mil, ese más uno que al restaurador le impide la falta, el morir de verdad (¡Dentro de poco hará once mil años que reparo, en vano lo irreparable! ¡Dentro de poco hará once mil años que no muero de verdad!), es el -f de la falta cuando se instaura la castración. Tal vez es una manera de decir que la falta, la muerte, nunca muere, por tanto siempre está presente o que en la medida en que la muerte no muere -al restaurador no le dejan morir-no hay muerte y por tanto no hay deseo ni vida.

 El restaurador no hace lo que desea, está comandado  y condenado a vivir  eternamente por el Otro: “los astros y el peso de todo lo que he vivido así lo han fijado”. Ese quedar fijado por el  peso de lo vivido es lo que nos sucede a veces a los seres humanos, y es justamente lo que nos condena al sufrimiento. El no poder deshacernos del pasado, de nuestra deuda inconsciente con el Otro, hace que carguemos con una gran maleta sobre las espaldas. Pu Ya acepta en cambio cargar a la muerte sobre sus espaldas y se librará así  de tener que cargar la maleta del Otro.

También nos remiten a la muerte  tanto su vestimenta como las palabras del restaurador. Además este es sordo, lo cual teniendo en cuenta que es un restaurador de instrumentos de música, no hace sino redoblar esa falta. Solo se puede escuchar, escuchar la música si el oído se ha vaciado, se ha perdido (instaurar el objeto a sería para Lacan), algo difícil de  concebir si pensamos que el oído es algo abierto a la voz del Otro. Quizás lo que se pierde es el oído de goce, que paradójicamente parece ser necesario de recuperar de alguna manera, para llegar a la música.
 La música sería según lo que nos plantea Quignard, la restauración de ese goce perdido, la recuperación del mismo por la vía de la creación. Quizás anudar simbólica e imaginariamente  algo del  objeto pulsional voz lalangue (voz –sonido- goce  sin sentido) en torno a la falta que en sí mismo contiene.

En cuanto al analista se me ocurre que éste debe estar también sordo para poder escuchar al analizante, por lo menos en dos aspectos: respecto de sus propios “complejos “que han de haber sido enmudecidos en su análisis personal, y respecto al sentido o significado de lo que trae el analizante, para poder no estar sordo a la letra que se acerca más a Lalangue (no a la del origen de todo sujeto, sino a la resultante  a partir de la articulación  de aquella con la falta, o sea la de la articulación de lo pulsional  real de goce a lo simbólico e imaginario)
También se aprecia su lugar de ser la falta, en que  tiene un humilde nombre y no uno honorable como le supone Pu Ya.

Este  fragmento y el tema abordado por el mismo me hacen pensar en la posición y el deseo del analista en la cura, ya que ha de ser precisamente el lugar del muerto, de la falta: el desecho y deshecho (lugar también del “des- hecho” y “vuelto a hacer” de otra manera, aunque igual en tanto castrado), no haciendo jugar en su nombre lo honorable, en el sentido de identificación narcisista desde la que se pudiese ubicar como “alguien importante”. Este punto también se dice en el texto cuando Pu Ya va expresamente  a buscar instrumentos a la casa del luthier Imperial y no encuentra ninguno que le conforme, en cambio da con ellos en un encuentro fortuito con el restaurador que se presenta sin oropeles (apariencia) narcisistas. El luthier imperial es sinónimo de la identificación narcisista, de la completitud petrificada que el deseo permite perder, a la vez que anima a la búsqueda de su imposible recuperación, completitud buscada expresamente con mayor o menor ahínco por todos los humanos. Pero no es ahí donde encontraremos nuestra música interior, sino fortuitamente “ya que la muerte está en todos lados” aunque no queramos saber de ella, o en todo caso por el lado de una causalidad diferente que es  la causalidad  inconsciente de lo pulsional, y abrazando la carencia, la falta, la muerte.

 El restaurador  lo que restaura es la falta en los sujetos (por eso dice que él restaura lo irrestaurable), como ha de hacer el analista  respecto de la subjetividad de sus analizantes. Pero ese lugar no es el del ideal sin falta que Pu Ya le supone al restaurador y que los analizantes le suponen al principio de una cura al analista. Restaurar, volver a instaurar la falta en los sujetos- instrumentos musicales, en la economía subjetiva de quien consulta,  no ubica al analista en ningún lugar ideal(altar).Y por ello  el restaurador  reclama ante  Pu Ya  su derecho a lamentarse, como puede  hacerlo frente a la vida también el analista (que no ante sus analizantes, obviamente), porque  también es un humano más, y por lo  tanto un ser en falta que tiene sus propias dificultades que suponemos o desearíamos más bien que no llegarán al extremo  de morirse de hambre -en lo real por falta de analizantes-, como le sucede a Feng Yien.

 Obviamente que  considero que lo de “morirse de hambre” se refiere metafóricamente a que el restaurador  no le sirve de nada, no le sirve de alimento, para llenarse, restaurar justamente lo irrestaurable porque él es el vacío, el lugar del agujero que siempre estará vacío. Y eso es lo único de lo que podrá asegurar o pretender dar garantías, como el analista que también se muere de hambre porque no se alimenta de sus pacientes, ocupa un lugar de vacío en la transferencia (obj a), en el sentido de que no hace su trabajo solamente ni principalmente a cambio de dinero, no lo hace para obtener gratificaciones narcisistas de ningún tipo (no espera el agradecimiento, la simpatía, la dependencia, ni el reconocimiento  ni el amor del analizante, tampoco su odio aunque puedan venir por momentos por añadidura, como la curación), ni el reconocimiento de otros, aunque el mismo también pueda venir por añadidura.

 Por  estar en falta precisamente,  tampoco  ha logrado la felicidad ni va a darle al otro el secreto de la misma, ni es guardián de ningún altar, o sea que el analista no salvaguarda  ningún ideal, no aspira a la belleza en su analizante. Ni hacer de él una bella persona (buena o el “alma bella”), ni a que aquel desarrolle la belleza cualquiera sea lo que por ella pueda entenderse, que lo haga  o no es asunto del sujeto. Tampoco puede asegurar con total garantía la conservación, el silencio ni la posibilidad de la música del sujeto, aunque tiende a hacerlo ya que es la Ética que sostiene  su función. 
 En ese sentido la  garantía que debería poder dar el analista es su “deseo de analista” que es lo que permitirá que el sujeto pueda escuchar, leer, escribir y crear  (inconsciente simbólico anudado a lo real) su propia música.
De cara a lo que sería la trasmisión del psicoanálisis también es “el deseo del analista llevado hasta sus últimas consecuencias” como dice Lacan, o sea  que el analista se comprometa con la causa del psicoanálisis (análisis personal, trabajo teórico, control, etc.) lo que puede asegurar “a posteriori” que el psicoanálisis mismo pueda conservarse, seguir vivo como aquella ¿única?¿disciplina, arte, método psicoterapéutico? que asegurando el silencio (de lo  propio del analista- sus “complejos”, sus afectos- y del analizante, en tanto el silencio es corte, separación que permite diferenciar silencio- sonido- y sonidos diferentes)  garantiza un lugar para la música del sujeto. Especialmente, porque lo que puede asegurar su conservación siempre a posteriori, es que esté vivo, y ello implica tal como yo lo entiendo, que  su apuesta siga siendo la de la falta, es decir una a-puesta perdida. Lugar de creación y de recreación que como tal es sin casi-garantías.

Solamente un restaurador muerto, un analistaen el lugar del  muerto, puede pretender asegurar la música o el psicoanálisis. Y además, tampoco es como dice al restaurador Pu Ya, que él no tiene porque ser la música en tanto es su guardián. Solamente podremos guardar, cuidar que el psicoanálisis continúe vivo, si somos la música. Si nosotros mismos trabajamos para hacer nacer nuestra propia música partir de la falta, como analizantes en un primer momento, y como analistas luego. Y ello implica que aceptemos nuestra falta, que nos reconozcamos en nuestra música a crear, a producir, y que apostemos a trasmitirla (en este punto el dispositivo del  pase me parece fundamental), que apostemos por ponerla a trabajar para la causa analítica, así como que aceptemos los dispositivos imperfectos (en falta) que se han establecido para que podamos encontrar un mínimo de garantías necesario.

Otros elementos que nos hablan de ese lugar del muerto que ocupa el restaurador es que es viejo y necesita apoyarse sobre un bastón rojo (simboliza el falo), el rojo de sus zapatos que también aluden al falo y a la castración, el hecho de que siendo tan viejo su andar sea liviano, al punto de  que a Pu Ya no le pesa casi llevarlo sobre sus hombros (lo que falta no pesa, es un agujero, y de hecho la vida  uno se le hace más liviana cuando asume la propia castración )

 Se dice claramente que la vida sin la muerte no puede existir, la vida se soporta de la muerte, sino sería insoportable (no- portable, esto es que no se puede llevar la vida sin la muerte, por eso Pu Ya se emparenta(tío sobrino) con la muerte, porta-lleva al  muerto, al Viejo que vive precisamente en el Sepulcro del Viento.
Si no hay la muerte como a la vez  le sucede a  Feng Yieng que vive tantos años reencarnándose, no se puede conocer la vida, la vida no tiene sentido, es un sufrimiento, se carga con ella como hace el restaurador, aspecto que se nos muestra desplazado, ya que es Pu Ya el que carga al viejo- muerte. Por oposición Pu Ya al aceptar cargar con el Viejo-muerte sobre sus hombros va más liviano. Si no se acepta la muerte, nos dice el relato poético de Quignard, la vida se hace más pesada, se hace una carga y se la sufre, como le ocurre al restaurador que estando sin morirse en tantos años solamente aspira al vacio. En cambio si se la acepta se hace liviana.

El que viva en el sepulcro del viento me sugiere lo siguiente: el viento es algo invisible y no aprehensible, es algo cuya consistencia  se nos escapa, pasa por la vida como pasamos nosotros, por lo tanto difícilmente pueda estar en ningún lugar contenido. El sepulcro del viento por tanto redobla la presencia de la muerte, de forma que podemos decir que el restaurador vive en la muerte.

En los análisis se puede apreciarla sensación de liviandad a la que aludía anteriormente,  ya que las personas sienten que empiezan a vivir, a estar o sentirse vivos cuando se han vaciado de ser (ni mejillón, ni gotas de lluvia fijan su ser, aunque en el proceso puedan ir siendo un poco y transitoriamente todo ello). Su aspiración a perder las formas es precisamente   el perder la identidad que me petrifica siendo x para logar la identificación, diferencia que hace que pueda ir siendo, devenir siendo a, x, c…, ser un poco todo eso y nada de eso, al mismo tiempo. Lo peor de todo, el  mayor sufrimiento será para  Feng Yieng sabe que volverá a ser hombre, lo cual dice que es peor que convertirse en caballo de posta.

No nos dice que lo peor es que  será hombre nuevamente, sino que sabe todo acerca de su futuro: sabe quien será: Tonio Stradivarius, lo que tendrá, dónde vivirá, que hará (fabricante de instrumentos de cuerda) lo que llevará, en que época vivirá, quienes son sus hijos, etc. Incluso tiene recuerdos sobre ese futuro a advenir que no es tal: “recuerdo la Plaza de  Santo Dominico… el olor a aceituna y a pescado…”

Gracias a la falta, a la aceptación de la muerte en la estructura subjetiva es que nuestra relación con el saber es limitada. Deseamos saber porque no sabemos,  sabemos solamente  algo pero hay un saber que no sabemos y al que queremos y nos interesa acceder que esta reprimido y al cual podremos acceder pero solo en parte, ya que siempre habrá una parte que quedará en falta. La castración permite reprimir, poner una barrera, un límite, un agujero que separa lo sabido y lo no sabido, así una parte del saber se sabe y otra no. Y permite el olvido y el recuerdo, recordamos a medias, no todo, olvidamos también  a medias, sabemos  a medias quienes fuimos y donde vivimos, que hicimos y también a medias podemos saber o  suponer lo que haremos y “seremos” en el futuro. Por eso no sabemos todo sobre nuestro pasado  ni sabemos exactamente lo que nos depara el futuro.

Pero si no hay la falta nuestra relación con el saber se modifica y pasamos a saberlo o a creer saberlo todo. Somos como el caballo de posta o como una banda que circula sin que podamos saber dónde empieza ni donde termina (como las cintas donde se ponen las valijas en los aeropuertos, si no fuera porque vemos que determinadas valijas ya pasaron ante nuestros ojos, no nos daríamos cuenta que la cinta ya completó una vuelta). El restaurador es como esa banda donde pasa de un estado a otro, de hombre a mejillón, a rosa, etc. sin perder las formas como dice él, pero en definitiva no siendo, no viviendo, ya que  el hecho de que pueda pasar a ser diferentes cosas como sin ton ni son, acentúan la indiferenciación y el no ser nada en definitiva.

 La constitución subjetiva está armada sobre una paradoja de advenir objeto para el Otro para poder ser, pero la necesidad de poder faltarle al Otro en ese lugar para  poder devenir sujeto. Tanto da, “ser una cosa como otra” en el devenir de una vida donde no está la castración. Podrán cambiar las formas, podrá parecer que se hacen cosas diferentes,  pero en el fondo se será solo y siempre, un mismo objeto para el Otro.

¿Qué sucedería si no hubiera la muerte?

 El caballo de posta era usado para llevar un mismo mensaje de un  Otro de un lugar a otro, el no tenía voz propia, no podía hacer lo que quería, era un objeto a disposición de una voz, de un mensaje de Otro. Por eso, si no está la muerte, si en nuestra estructura subjetiva la muerte no habita, siempre seremos un objeto merced al deseo de Otro, a lo que ese otro espera y dice que somos para  él, a lo que él nos hace decir o hacer,  en fin, un caballo de posta que lleva una y otra vez el mismo mensaje de Otro.
Esta me parece  una poética imagen de lo que se entiende por repetición  en psicoanálisis. Cuando los humanos quedamos fijados al circuito de la repetición que es el de la pulsión de muerte(que no es lo mismo que la muerte como falta simbólica, sino que se trata de un goce que está más allá de la muerte o de la  falta,un goce que niega la falta), parece  que vivimos,  que avanzamos, que vamos de un lugar a otro, pero en  otro nivel no es así, ya que llevamos el mensaje del Otro y no el nuestro y por eso muchas veces sentimos lo que siente el restaurador que vivimos o más bien sobrevivimos  por obligación, que estamos condenados a la vida, somos como muertos-vivos en vez de hacer de la vida algo deseable y redundantemente vivo.

En cambio si hay la muerte, podremos encontrar y llevar nuestra propia voz,  decir nuestro mensaje, hablar por voz propia en definitiva. Al restaurador le duele la ausencia de la muerte porque seguirá teniendo “sonidos que hieren, ojos para llorar”. Los sonidos no son tales sin la muerte que permite regularnos, y diferenciarlos, lo que se hace a partir de la falta que instaura de la diferencia inaugural entre sonido y silencio, si ello no sucede,  son como un ruido terrible que lastima ya que supongo que se oye Todo a la vez, sin cortes  tanto diacrónica como sincrónicamente, y en un tono terrible (nosotros hacemos una selección de lo que oímos, hay sonidos que son el fondo y otros la figura en las distintas situaciones en las que estamos “sometidos”, si el tono nos hiere lo bajamos o pedimos que lo bajen, no escuchamos los sonidos del pasado ni los de un futuro posible.)

 Así lo dice en el trabajo ya referido Osvaldo Couso:

“Tanto por el predominio de una voz, como por el borramiento del sin-sentido, en las neurosis es posible un cierto grado de des-articulación entre el sonido y el sentido. Ese desprendimiento, aunque sea limitado, es potencialmente angustiante. Evoca el momento originario en que el viviente está sometido a un inicial caos de ruidos en continuidad apabullante, antes que el significante introduzca en él un orden temporal, mediante la sucesión sonido-silencio. El significante reemplaza la colección de ruidos anárquicos, por una ordenada regularidad de sonidos, por la escansión de un ritmo que introduce una temporalidad y un orden. El ruido es reemplazado por el sonido, y el silencio mortal del desamparo es convertido en un intervalo que, entre dos sonidos anticipa, hace presente al que vendrá (aun cuando todavía esté ausente)”.
O el propio Quignard en otro de sus libros:
"Rodeamos de lienzos una desnudez sonora, lastimada, infantil, que perdura sin expresión en lo más hondo de nosotros. Esos lienzos son de tres clases"... (...)..."lo que canta, lo que suena, lo que habla.

Saberlo TODO, oírlo TODO, llorarlo TODO sería el resultado de que no hubiera la muerte en nuestra vida. Si aceptamos la muerte, lloramos cuando se pierde algo o a alguien y es una manera de asumir, de hacerse cargo de esa muerte, pero ese llorar tiene un límite, hay un momento en que el duelo termina, se deja de llorar por la pérdida del objeto. Pero si no hay la muerte, se llora eternamente ya sea por lo pasado, cuya muerte no se asume (se llora permanentemente lo que tuvimos y ahora no tenemos, lo que no fue y debería haber sido, etc.) y por el futuro porque este se convierte en pasado (se vive con el temor de que se repita el pasado, que de hecho se repite), en vez de de hacer de  lo que habría de venir, algo nuevo, diferente. Y el presente en vez de ser tal se convierte en el pasado que también es el futuro, no hay discriminación, corte que los separe y diferencie. Saber el futuro es de alguna manera saber y vivir en el pasado y por tanto sufrir y llorar eternamente. Por eso sufre el restaurador de instrumentos. El sabe todo,  que vivirá para siempre en el circuito del caballo de posta. Y que vuelva a ser hombre y fabricante de instrumentos nos dice precisamente que se quedará fijado en el mismo lugar que actualmente tiene, que será lo mismo, que será el mismo aunque su forma, su apariencia  cambie y pueda tener otro nombre, vivir en otro lugar, etc. En lo profundo de su ser es nada habrá cambiado, el futuro será el pasado y el presente, seguirá muerto.

La siguiente lección se va a producir cerca del Lago del Grito de la Gallina cuatro meses más tarde. Pu Ya le muestra los instrumentos que había adquirido. Y se desarrolla entre ellos el siguiente diálogo: “-El instrumento es bello- dice Chang Lien”.
“Pu Ya perdió el color”.
“-…los dedos, el oído, el cuerpo y el espíritu, todo es apropiado- dijo aún Chang Lien”.
“Pu Ya palideció hasta el punto de ponerse azul como el barco de pesca amarrado, ante ellos, tras el seto de bambúes”.
“_ ¡Sólo falta encontrar al música!-concluyó Chang Lien”.
Pu Ya sintió que la angustia en estado puro le invadía el cráneo. Sintió que el corazón se encogía de dolor en su pecho: Chang Lien le obligó a levantarse”.
“- No puedo enseñaros nada más- dijo, vuestros sentimientos no están lo bastante concentrados. No disponéis de lo que os conmueve, como la  ola del lago lo hace con la barca azul del pescador. Yo, Chang Lien, no puedo enseñaros nada más. Mi maestro se llama Feng Zi-Chuan y vive en el mar del este”.
“¡Él sabe cómo hacer nacer la emoción en el oído humano!”

Y la última lección dice. “esperaron a noviembre. Entonces Pu Ya y Chang Lien se dirigieron al mar del este. Caminaron durante dos semanas. Cuando llegaron al pie de la montaña Pang-Lai, Chang Lien le dijo a Pu Ya:
_ ¡vos permaneced aquí! Yo voy a buscar a mi maestro.
Una vez dicho esto, partió empujando una barca con la vara. Diez días después no había vuelto todavía. Pu ya miraba a su alrededor  con hambre, con soledad, con miedo. No había nadie. Sólo oía el rumor del agua en la arena y el trino triste de los pájaros. En ese momento se sintió mucho más débil y lanzó un suspiro, y dijo: “ésta es la lección del maestro de mi maestro! Empezó entonces a tocar la guitarra, cantando, y lloraba con dulzura. Luego lloró en el fondo de su corazón y sólo las lágrimas eran sonidos. Cuando el canto ya moría en sus labios, regresó Chang Lien, suavemente, sobre el agua. Pu Ya subió en la barca que Chang Lien empujaba con la vara. Pu Ya se convirtió en el mejor músico del mundo”.

Llega un momento en que aunque todo sea apropiado (el instrumento bello, el oído, el cuerpo, etc.) aún no se ha encontrado la música. A pesar de que Pu Ya ha avanzado en su proceso hacia el encuentro con la música, lo esencial falta ya que como denota la angustia en Pu Ya, falta la falta. Pu Ya está demasiado empeñado aún en llegar a encontrar la música, demasiado aferrado al objeto. La propuesta de su maestro es introducir un corte (no te puedo enseñar más, hay un límite en su saber) y remitir a Pu Ya  a  un  tercero, su propio maestro que es representante de la falta ya que nunca hace acto de presencia, por lo tanto opera como causa del deseo y por eso el sí “sabe cómo hacer surgir la música en el oído humano”.

Se me ocurre asimilar este pasaje  a lo que sucede en una análisis, que el sujeto va haciendo mejorías en su vida, hay cambios pero aún así falta encontrar algo que alcance el “horizonte deshabitado del ser” (Lacan). El analista ha venido trabajando con el sujeto en la vía simbólica  imaginaria y real, pero requiere de un agujerear lo real. Tal vez ello requiere del maestro analista de una diferencia en su acto, un corte. El sujeto en el análisis descifrando su inconsciente no desemboca, necesariamente, en el acto analítico. El mismo es atópico con la relación a la vía analizante del desciframiento del inconsciente. El deseo del analista se encuentra en escanción, corte, ruptura, hiancia con relación a la cadena significante.La interpretación es ruptura del lazo S1-S2, corte en la cadena: dejar el inconsciente transferencial y precipitarse en el inconsciente real, en e terreno del S1, solo del uno sin el Otro, pasaje de lo simbólico a lo real del goce.

 Y entiendo que eso es lo que hace el maestro de Pu ya que parece llevar a Pu Ya a un lugar alejado y lo deja solo, lo enfrenta directamente a la falta.Es un momento en que el Otro no existe, no hay más auxilio del sentido que necesita pasar por el Otro, se produce se atraviesa el fantasma y se da el encuentro con lo real.

De la última lección en primer lugar destacaría el nombre del lugar al que lo lleva: “lago del grito de la gallina”.Las gallinas gritan cuando ponen huevos,¿dolor  y placer? como en cualquier nacimiento.
También  el lugar alejado que el maestro conduce a Pu Ya, y el esfuerzo que implica la ida a ese lugar (caminar durante dos semanas), es como si nos dijera que encontrarse con el deseo propio implica alejarse de los demás, de todo lo que no sea el propio sujeto, incluso y más que nada, dejar de querer conformar al propio maestro, que no regresa sino  luego de bastante tiempo.

Llevarlo a un lugar tan alejado del mundo es una metáfora del alejamiento “dentro” de uno mismo o “conectarse” con uno mismo, con nuestro deseo, y ello no es tarea fácil ni sin esfuerzo. Al límite del mundo habitable, al límite de la vida y la muerte, y dejarlo sólo, porque es en soledad que una persona puede encontrar su propia música y su propio deseo, o en compañía solamente de sí mismo. Porque en definitiva en la muerte, en la asunción de nuestra propia falta y de nuestro deseo, no es que  estamos solos, sino que somos solos, ya que nos concierne únicamente a nosotros. Como el acto analítico que también es en soledad.

Es necesaria una experiencia límite, que lleve al sujeto hasta los límites de su capacidad de tramitación de su deseo vía lo simbólico (a veces se lo nombra como “tocar fondo”, “caer”, “abismarse”, “tocar el horror de la falta”), y en la cual  sólo cuenta consigo mismo, como puede ser esta experiencia que vive Pu ya donde a la soledad se aúna el hambre y el miedo. Es como si el maestro lo llevara o lo dejara en la pura falta. Lleva a cabo un acto, en vez de seguir hablando con él (lo lleva a un lugar alejado y lo deja solo, es de alguna manera hasta donde ha de llevar el analista a su analizante en la cura)
Y ese acto de jugarse al deseo propio es una experiencia “de miedo” porque justamente es un abismarse hacia la nada, no hay garantías, no se sabe cual será el resultado como sucede en la creación, y el hambre está porque  está el agujero, (el hambre solo puede representarse como un agujero) no hay significantes, ni objeto que vele  el  mismo.

Experiencia  que es la de encontrarse en el límite entre la vida y la muerte, de palpar la muerte, el vacío. Llegado ese punto ya no hay nada que perder, ya no hay miedo de perder más nada porque todo se ha perdido, está el vacío, la muerte por lo que Pu Ya puede  crearse nuevamente, crear o encontrarse en ese agujero de la falta, con la música: “entonces empezó  a tocar la guitarra…. Experiencia en la que Pu Ya hasta vació su corazón, eso es llorar  en el fondo de su corazón. Si se llora hasta el fondo, es que se toca fondo y  hay un vacío.  Hasta el canto moría en sus labios cuando regresó su maestro.

Que el maestro de Pu Ya le remita a otro maestro, al suyo que según él sí sabe hacer nacer la emoción del oído humano, me hace leer que le está diciendo que él no sabe, que él también está atravesado por la castración, y que hay otro que sí sabe, como si quisiera darse cuenta de que él como todo analista, solamente ha hecho semblant de saber sobre el objeto, y que ahora cae de ese lugar(destitución del sujeto supuesto saber), y con ello  hace pase de la falta. Ni el maestro de Pu Ya ni el maestro del maestro de Pu Ya hacen acto de presencia, por tanto faltan, “están en falta” pero están presentes. Podría pensarse que la ausencia de ambos es una manera de decir  lo real de la  falta y que la misma se pasa de uno a otro.

Cuando Pu Ya dolido dice: ¡esta es la lección del maestro de mi maestro! Y acto seguido empieza a tocar la guitarra, entiendo que  a pesar de su aparente no entender de qué va la lección - como sucede en un análisis-,  es capaz de dar cuenta de ella en acto. Precisamente la lección es la falta, el agujero en lo real  y por eso ahí encuentra la música y se crea como músico. El fin de la cura no se trata precisamente de entender- de la vía simbólica- sino del acto, de lo real  del acto psicoanalítico por parte del maestro- analista y de un acto por parte del alumno- analizante.


Asimismo la imagen del maestro cruzando el mar me trae  la imagen de Caronte el barquero del Hades que llevaba las almas de los difuntos al otro lado del río Aqueronte.
También el episodio bíblico de  “La pesca milagrosa”.
Muerte y vida,  muerte y creación, muerte, resurrección, abundancia.
La vara que lleva el maestro es un significante que en mi resuena, aunque no me queda claro qué. Se me ocurre que al ser algo con lo que se mide, pueda decirnos algo en relación a que el sujeto se mide a sí mismo en esta experiencia. Y la medida de Pu Ya por atreverse a enfrentarse a la falta y jugarse por su deseo es haberse convertido en el mejor músico del mundo,


 Me vienen a la memoria las siguientes frases:

“El hombre es la medida de todas las cosas” (PROTÁGORAS)
“La grandeza del hombre se deduce de su misma miseria.”(PASCAL)
“El hombre no es más que una débil caña, la más ruin de la naturaleza, pero una caña  que piensa.”(PASCAL), yo diría en vez de que piensa,  que se piensa donde no sabe, y siente.