lunes, 26 de septiembre de 2011

Acordar las normas de clase: una manera de educar escuchando y respetando el deseo de los niños".

Este escrito surge a partir del comentario que me hizo hace unos días mi hija de 6 años quien ha empezado sus clases de primaria en un nuevo colegio hace una semana. Un día de esa primera semana de clase me contó que su maestra les había dicho que iban a establecer unas normas para poder trabajar, ya que parecía que algunas conductas de los niños como hablar todo el tiempo, no escucharse los unos a los otros, pedir para ir al baño constantemente, etc. impedían el establecimiento en el aula de un clima adecuado para el aprendizaje. Dice que la maestra fue escribiendo las normas y las puso a la vista de todos.

A los dos o tres días me cuenta que la clase es un lío porque los compañeros no respetan las normas que puso la maestra, gritan y hablan sin parar, y que la maestra les dijo que lo que ella les había marcado les entraba por una oreja y les salía por la otra. Y agrega, con una indulgencia que no aplicó a sus compañeros, que “ella también no las respeta un poquito” (¡en fin que tampoco las respeta!)

La situación por ella contada me hizo pensar, más allá de que pueda discrepar con que en todas las ocasiones los niños deban estar quietos y callados o sin pedir para ir al baño, etc., en lo mal que podrían pasarlo las maestras o maestros cuando sienten que algunas conductas o actitudes que ellos solicitan a los alumnos y las cuales en algunos momentos sí son imprescindibles para que el aprendizaje sea posible, no son escuchadas. Y también en las múltiples dificultades a lo que ello puede dar lugar. Por un lado, a que pueda ser interpretado por algún tutor o tutora como una falta de respeto, e incluso de no valoración hacia su persona y su rol, o como que los niños no respetan las normas porque no están bien educados por sus familias. Que esto sea o no susceptible de acaecer, dependerá obviamente de multiplicidad de factores, como ser la personalidad del tutor o tutora, el estado de su relación de amor con su profesión y con los niños en el momento en que la situación se produce, la situación personal de el/la educador/a, el tiempo que dure la situación de “sentir que no se es escuchado”(si se extiende en el tiempo el nivel de estrés del tutor o de la tutora irá en aumento),etc.

De las diversas situaciones que podrían presentarse dos suelen ser las más frecuentes: el establecimiento por parte del educador o educadora de un conflicto con algunos alumnos en particular (especialmente lo que menos acatan lo solicitado) que puede llegar a durar todo el año lectivo, y en el cual priman los aspectos negativos del vínculo imposibilitando o dificultando en diversos niveles tanto la enseñanza como el aprendizaje. O la instauración progresiva en el/la tutor/a del sentimiento de inoperancia e incapacidad (que no puede o no sirve para ese hacer su trabajo con ese grupo en especial o en general) lo cual muy probablemente le haga generar sentimientos depresivos, que como sucede en ocasiones le lleven a solicitar una baja por no poder asistir a clase, u a otras situaciones. Ambas posiciones están lejos de constituir soluciones adecuadas a la situación ya que son el resultado de un tratamiento inadecuado de la responsabilidad que seguramente, si hemos llegado a este punto, ya ha devenido en “culpa”. En el primer caso la “culpa” se deposita masivamente en determinado o determinados alumno/s y consecuentemente la mayoría de las veces en su familia, y en el segundo la culpa recae masivamente en el tutor o en la tutora.

Una manera de evitar esta situaciones y en la cual estaríamos ayudando al crecimiento emocional o si se prefiere al tan nombrado en la actualidad, desarrollo de la inteligencia emocional de todos (alumnos, maestro/as, madres, padres) sería que el establecimiento de las normas de clase fuese una tarea de aprendizaje. La tutora o el tutor podría llamar la atención de los niños sobre las condiciones que ellos creen que son necesarias en una clase para que todos puedan aprender, escuchar, prestar atención, etc. o empezar por llamar su atención sobre el problema en sí: ¿les parece que así podemos trabajar bien, que todos vamos a poder aprender? ( esta frase la dicen muchos docentes pero lo dejan ahí … como palabras dichas al viento, y al plantear el tema de esta manera, obviamente que el/la educador/a no logra lo que quiere, pero no porque a los niños les entre por un oído y les salga por el otro, o sí, pero ello no es así porque sí, sino porque con esa manera de plantearlo, el/la tutor/a no les trasmite el grado verdadero de importancia que ello tiene para él/ella). Es un problema obviamente de comunicación en el cual falla la forma de decirlo. Para subsanarlo sería importante que el establecimiento de las normas de funcionamiento en la clase se constituyera en una tarea y cuando se les hiciese esa pregunta a los alumnos y alumnas se dedicara un tiempo a escuchar qué piensan de ello. Y esto no solamente porque el/la maestr/a tenga que escucharlos a ellos, sino esencialmente porque solamente de esa manera ellos pueden escucharse a sí mismos y entre ellos. ¡Cuántos niños hay que no son capaces de escucharse ni saber lo que necesitan (silencio, o un tono moderado de voz, orden, etc.) para poder realizar en algún momento una tarea! Y porque poder escucharse a sí mismos y a los otros implica poder conocerse más a sí mismos y a sus compañeros, conocer las necesidades de ambos para poder llevar a cabo las tareas escolares en este caso, y ser capaces de poder empezar a decidir controlar determinadas conductas en beneficio de todo el grupo.

Tal vez se podría empezar también llamando la atención de niños y niñas sobre sus propias necesidades: ¿qué actitudes de ustedes creen que no son(o son) buenas para que todos podamos aprender, comunicarnos, bien, conocernos bien? Dependiendo de las contestaciones se van proponiendo las normas: “entonces tenemos que llegar a un acuerdo entre todos sobre que normas de comportamiento tendremos que respetar para lograr lo que nos interesa, porque se supone que a todos nos interesa aprender, escuchar a la tutora o a los compañeros y que nos escuchen ¿no?”. Trabajar el sentido que las diversas normas de clase tienen para que sean ellos quienes encuentren y otorguen la fundamentación de porque hay que cumplirlas, ya que solamente pueden asumir la responsabilidad de respetarlas y hacerlas respetar por los compañeros, si el entendimiento de porqué las mismas son necesarias, y la decisión de llevar a cabo las conductas resultantes de dicho entendimiento, parte de ellos mismos. Y por eso también sería importante que ellos mismos con la supervisión y guía obvias de la tutora o el tutor, establecieran que formas de proceder y de sancionar consideran que habría que aplicar cuando alguien no respetara en forma reiterada las mismas y llevar acabo dichas sanciones, intercambiando antes opiniones en las diversas situaciones, si fuese necesario.

En la medida en que las normas han sido consensuadas por toda la clase (alumnos y tutor/a) cabe esperar que la mayoría de los alumnos y alumnas tendrán la necesidad de ser fieles a sí mismos y a su palabra, por lo cual habrá una menor tendencia a incumplir con ellas, así como a que el control sobre el incumplimiento de las mismas sea ejercido por todo el grupo sin recaer ya exclusivamente en el tutor o tutora. Pero aún así, es probable que en ocasiones pueda tender a funcionarse de la forma que habitualmente los/las niños/as estaban acostumbrados, ocasiones en que convendrá reiterar el consenso que se había establecido, haciendo especial hincapié precisamente en el hecho de que las normas fueron acordadas por todos (no fueron impuestas sino decididas por ellos)y ellos se comprometieron con los demás, pero especialmente consigo mismos, a cumplirlas porque las consideraban necesarias para poder trabajar.

Esta forma de proceder no puede ni pretende constituirse en una panacea para el logro de la disciplina en el ámbito escolar, ya que la particularidad de cada niño dará siempre lugar a diferencias en relación tanto a la disciplina como a otros aspectos.En el tema que nos ocupa, cada niño se posicionará y respetara o no las normas dependiendo de múltiples factores: del contenido de lo que haya que acatar, de quien lo pida, de cómo lo haga, del momento, etc. Sin embargo, puede favorecer la toma de conciencia o la autoconciencia (aprehender porqué es necesario que nos comportemos de tal o cual manera, qué necesidades tanto mías como de mis compañeros, como de la maestra hacen necesario que mi comportamiento esté regulado de esta manera), autonomía y autocontrol (soy yo el que ha sido capaz de entender porqué las cosas han de hacerse de esta manera y no de otra y a partir de haberlo entendido, haber decidido regular, eliminar o postergar para otro momento y/u otro lugar aquellos comportamientos que pueden perjudicarnos a todos(yo, compañeros y maestra/o)en el proceso de aprender y autoestima ( qué bien que he sido capaz de aprender a comportarme de otra manera-bien, mejor- que nos beneficia y hace sentir bien a todos), empatía, solidaridad y sentimiento de cohesión y logro grupal (he sido capaz de entender y respetar lo que necesitan mis compañeros y el/la tutor/a y no estar solamente atento a lo que yo necesito, y ellos han sido capaces de hacer eso mismo con respecto a mí, eso ha mejorado nuestra relación, funcionamos mejor y podemos aprender, escucharnos, etc. mejor y estamos más contentos ).

Y esta tarea también puede constituir una oportunidad para trabajar la escritura haciendo que cada niño escriba una de las normas para ponerla en la cartelera de clase o que cada uno las escriba todas en su cuaderno. De esta manera también se logra que el niño se vaya reafirmando en el cumplimiento de las mismas.